sábado, 7 de enero de 2017

Del desierto a la estepa manchega


Esto va a ser largo. Pónganse cómodos si se quedan.

Hay muchas formas de viajar, y casi todas adquieren la forma de una medalla que colgarse. Pero algunas de ellas pasan por hacer un turismo sostenible y solidario. Un día una amiga, a la que debo tanto (¡tanto!), me ofreció ir a pasar la Nochevieja al desierto. Le dije sí sin preguntarle nada más, confío ciegamente en ella porque me ha demostrado que puedo hacerlo. Luego supe que era un viaje organizado por la asociación Viento Norte-Sur, y que el destino era el desierto de Merzouga.

Finalmente mi amiga no pudo venir al viaje (¡¡te pondrás pronto bien y no pararemos de viajar!!), pero llevaba el apoyo de otros dos seres de luz que supieron darme espacio y cercanía, ambas cosas a la vez, y su cariño silencioso e inteligente y lleno de gestos me dio el sostén necesario y preciso.

No sé escribir, me gusta hacerlo, pero no sé escribir. Si supiera, escribiría sobre cómo los encuentros se encadenan con sencilla naturalidad; te explicaría el porqué tengo, aún, los pies y las manos del color del desierto; o porqué es que las cosas encajan siempre, sin forzarlas, y encuentras las respuestas aunque no sean de tu agrado.


Si supiera escribir te contaría, aquí y ahora, porqué hay cervezas que saben a gloria bendita, sea como sea que sepa la gloria esa. Te hablaría de los pequeños detalles que engrandecen a las personas que los realizan, o de cómo una sonrisa y un abrazo es el camino más corto entre dos, siete o mil puntos o destinos. 

Si supiera escribir, escribiría “fuera de juego” y sabrías que no estoy hablando de fútbol, sino de mí y que además podría explicarlo. Tal vez si supiera escribir, escribiría sobre lo que callo y no siempre otorgo. También sobre lo que otorgo y no siempre callo. Pero también. 

Escribiría sobre cómo, de haber estado unos días más, no habría habido nada que me detuviera ni nada que no hubiera podido hacer, que ahora sé (del verbo saber, no del verbo creer que sabes) que puedo hacer y haré. Sobre cómo subir una torre cuando alguien te espera arriba y no abajo, o cómo dejar el corazón subiendo la gran duna y encontrar una mano en el último metro.

Si supiera, si supiera escribir, respondería muchas preguntas, incluso las que ni te planteas. Escribiría sobre el tiempo y lo efímero que es; te diría porqué, todos los porqués. Y pondría en palabras cómo te conviertes en una antena parabólica cuando a tu alrededor hay personas llenas de energía y belleza, y detectas que, al igual que tú y yo, no se saben ver, no ven su nobleza, su honestidad, su fuerza, su verdad. Y quieres abrazarlas, traspasarlas y decirles: no cedas, no cedas, está en ti, todo está en ti. Y quieres ser el espejo que les devuelva todo aquello que son y que perdieron alguna vez.


Si supiera escribir, encontraría explicación al frío y al calor, a los amaneceres en una duna, a los atardeceres en el desierto, a la generosidad de quien menos tiene, a las puertas abiertas de un pueblo y una gente a la que en este, nuestro civilizado país, se las cerramos en las narices. Escribiría sobre los posos que dejan el té y las personas de corazón abierto. Sobre la luz de los abrazos mañaneros y el calor de las noches frías.

Si supiera, si supiera escribir, lo haría sobre cómo brotan las amistades. Sobre lo que empieza, sobre cómo se mueven las piezas del ajedrez (aunque a veces se mueven solas, eso nadie te lo diría). Escribiría sobre cómo brindar mirando a seis pares de ojos a la vez y sin que se te maree la mirada.


Si supiera escribir, traduciría las palabras, los silencios, los gestos, la música, los noches, los días y hasta los alimentos. Transcribiría palabra a palabra lo visible y lo invisible, lo verdadero y lo falso, destriparía intuiciones e imaginaciones. Pondría palabra sobre palabra para describir la realidad que nadie mira y muchos esquivan. Descubriría, frase a frase, quién eres y hasta quién soy. Desgranaría cada minuto y su esencia. Cada pensamiento propio y ajeno, cada sensación que contiene cada grano del desierto. Si supiera, si yo supiera, escribiendo recuperaría la cordura para volver a desecharla y quedarme con lo que todos etiquetan como “locuras”. Yo le digo, tú lo sabes, VIDA (¡pura vida!).


Decía Swight Morrow que existen dos categorías de personas: los que quieren ser algo y los que quieren hacer algo. Estas últimas personas son las únicas que me interesan, porque arriesgan, se exponen, se la juegan, dan la cara, son cristalinas. Hace falta pasión, adrenalina, originalidad, ideas, creatividad, imaginación, salirse de las líneas rectas y elegir las personas curvas y transgresoras. En el desierto había muchas personas haciendo algo, y muy pocas que parecían hacer algo sin hacerlo.

Y decía Paul Eluard que hay otros mundos, pero están en este. Hay puertas para traspasar esos mundos. Al margen de clones, probetas y replicantes, sólo hay una forma de nacer, pero muchas de morir y más aún de vivir. Tal vez haya abismos que deben permanecer insalvables deliberadamente, que se deban de saltar con el alma y la imaginación, pero si se fracasa que nunca sea por falta de ilusión. La mente es como arena movediza, te hundes en ella con la certeza de que es un pozo abismal; crea laberintos que esquivan la conciencia, y llama tranquilidad a lo que es, llanamente, no querer ver lo que duele o inquieta. Como si no existiera. Pero están las puertas. Los otros mundos existen. Y están en este.

Y decía W. E. Henley en un poema: Soy el amo de mi destino: soy el capitán de mi alma. El destino no puede enjaularse en mentes constreñidas y reducidas. No hay una predeterminación del destino. Hay demasiadas cosas invisibles esperando ser vistas, muchos mundos posibles ahí fuera. No nos esperan, no los esperemos. Vayamos. Sería suicida no responder, no calzarse las botas de explorador y salir ahí fuera.

Hoy celebro la pérdida de fe en destinos inquebrantables. Me detuve un momento, el amanecer en una duna, conecté con el desierto y experimenté la espiral de la vida. No era el destino, sino mis elecciones las que me habían guiado hasta ahí. Ahora mis elecciones están en mis manos. La libertad consiste en limitar la fuerza del destino. Estoy, por decisión propia, y eso celebro en este mundo que ahora son otros muchos mundos.


Aquí radio nómada: fui al desierto. Volví. Llena. Fui a dar y recibí. Con la mirada arrasada, el alma colmada, el corazón preñado de otras almas. He conocido a personas que son como una caja de Pandora, la que esparcía vientos fértiles, la que se despojaba de los males, la que atesora las esperanzas…

Enero, el propicio, ha vuelto estrenando cielo protector, aquel bajo el cual volví a nacer en el desierto de Merzouga.


Gracias a todas y cada una de las 51 personas que me acompañaron en este viaje solidario. Especialmente a las personas con las que, más pronto que tarde, volveré a reunirme para tomar unas cervezas, canalizar todas las energías y saber que el mundo está ahí fuera, que hay que construirlo desde el respeto. Que solo dando es como recibirás y sabiendo recibir podrás dar. Ahora sabemos que podemos desprendernos de muchas cosas. Y que nos digan locos. 

A alguien que hace eso. Te enfrenta a ti mismo. No puedes evitar quererlo (Tom Spanbauer, “Yo te quise más”)
Pd1: Echarle un vistazo a la asociación Viento Norte-Sur. Animaros a hacer este tipo de viajes solidarios. Creéis que vais a dar, a ser generosos con las donaciones, a repartir entre quien tiene menos. No es así: os traeréis mucho más de lo que llevaréis. Quien tiene menos, tiene y da más.

Pd2: Seguiré un poco ausente de las redes: mi cuerpo ha vuelto de Merzouga, pero mi alma aún sigue allí y mi corazón repartido entre las bellas personas que tanto me han sumado y de las que tanto he aprendido. No me cansaré de daros las gracias. Ya sabéis quiénes sois.