miércoles, 21 de diciembre de 2016

Del norte al sur

Mañana me voy. Tiro de kilómetros y tren para encontrarme con la que una vez fui y decidí dejar atrás. Siempre vuelvo ligeramente tambaleante de estos viajes a mi tierra. Así que a continuación iré al desierto. Tomaré las no-uvas en Merzouga

Cuando intento alejar ciertos escalofríos me da por limpiar. Y hoy le tocó al aspirador, porque me aturde más.

Y en esas estaba, un cigarro en la boca y el aspirador en las manos, Aretha Franklin y Janis Joplin alternándose en el random, tralarí, tralará, limpio mi casita… cuando un ruido metálico en el aspirador llamó mi desordenada atención. Algo se ha tragado el muy condenado, pensé para mí.

Resignada, un estado atípico en mí, me dispuse a destripar sus interiores, extraer su bolsa amniótica e investigar la causa de tanto estruendo. Me puse al lado de la basura y, con forzada paciencia, empecé a desmenuzar las pelusas acumuladas. Y todo esto encontré en las tripas del aspirador:

Una campana, nada menos que de cristal. Qué sorpresa… O no.
Una conmoción que vino de la mano de una despedida y la necesidad de respirar.
Una noche excesiva llena de dolor, cicatrices y piano de fondo.
Las efímeras que no me dejaron irme, ahí estaban también, evidenciando mis reconocidas contradicciones.
Un dedo oblicuo acostumbrado a trazar círculos.
¡Nada menos que un unicornio! Recuerdo que me trajo uno de los conceptos más bonitos que he incorporado a mi vida este año.
Una venda, se me debió de caer en algún momento de los ojos…
Un pájaro migratorio, que me recuerda que mi trinchera está afincada fuera. Fuera. La extraterrestre que soy.
Atravesando el blog, ella y yo.
Ella. Entera. Ahí estaba. Tan amada.
Una jaula, ya vacía, anunciando un regreso.
Un soplo de vida, juro que encontré un soplo de vida dentro de esa bolsa amniótica…
La casa que sigo buscando, está ahí sin estar.
Lluvia, siempre la lluvia. Lloviéndome.
Una poesía inesperada que había hecho esperar mucho tiempo.

En este punto decido dejar de rebuscar entre las pelusas. Con tantas cosas que se había tragado el aspirador pensé, con cierto desánimo, que el maldito cacharro tenía vida propia y que me estaba devorando sin que yo me diera cuenta. Ya me parecía a mí, al mirarme al espejo cada mañana, que cada vez me veía más borrosa y desdibujada, que se me deshacían los contornos, como si me fuera volviendo invisible poco a poco o me estuviera desconfigurando. Pensaba que era mi mirada, que está cansada. Pero era eso. El aspirador me succionaba poco a poco. Claro, hacía lo suyo. Es su trabajo.

Creo que lo mejor es hacer borrón y cuenta nueva. He tirado el aspirador a la basura y conservado lo que había en sus entrañas. Y me he comprado esto:


Hace la misma función que el aspirador, y además la usaré para volar.

Me espera el norte y el sur. Sed felices y leed, nos lo contamos a la vuelta, ya en territorio 2017.


miércoles, 14 de diciembre de 2016

La habitación de Nona (Cristina Fernández Cubas)

Páginas: 208
Publicación: 2015
Editorial: Tusquets
Sinopsis: Una niña siente una envidia creciente hacia su hermana Nona a quien todo lo que le ocurre es “especial” y, lo que es peor, le ocurre a escondidas. Una mujer al borde del desahucio confía en una benévola y solitaria anciana que le invita a tomar café. Un grupo escolar comenta un cuadro, y de repente alguien ve en él algo inquietante que perturba la serenidad del momento. La narradora se aloja en un hotel madrileño y al salir vive un salto en el tiempo. Nada volverá a ser igual en la vida de dos hermanos tras conocer a una singular tribu amazónica…

Puedes empezar a leer las primeras páginas AQUÍ

Quiso el destino que coincidiera mi viaje a Segovia con la presencia de Cristina Fernández Cubas en Intempestivos, una de esas librerías con encanto que luchan contra las adversidades que mentes encallecidas y obsoletas se empeñan en poner en el camino. Blanco y en botella: estoy ahí, me acompañan mis seres de luz, y pocos lugares más acogedores que Intempestivos para estar en la gélida Segovia, que me recibe con copos de nieve que me ponen chiribitas en la mirada y sonrisa en el alma. 

Si tuviéramos oportunidad de leer un libro y luego comentarlo con su autor/a no tengo la más mínima duda de que toda nuestra experiencia lectora cambiaría y se enriquecería a niveles estratosféricos. Por eso a veces no entiendo que Justin Bieber, por decir un alguien, pueda convocar tantos fans y sin embargo los "recitales" de los escritores emplazan a un público tan reducido. Me ha provocado mucha inquietud este tema, aunque no es algo que venga de ahora. No tengo la menor duda de que hay que educar al lector, no sólo a los niños para que lean, sino también a los adultos que ya leen.

Ana, bájate de las ramas.

El caso, que allí estaba Cristina Fernández Cubas y yo me llevé mi tarea hecha: me leí el libro de un día para otro. Claro, no es mérito mío, el mérito es de Cristina y de La habitación de Nona, un libro de cuentos (o relatos, que no me voy a meter en definiciones que se pueden superponer perfectamente) que se lee con avidez porque la estructura de cada relato es muy dinámica, y hace que quieras avanzar en la historia, llegar al final, saber qué sucede, dónde nos lleva Cristina.
Y hago lo único que puedo hacer. Escribo un cuento.
La ilustración de la portada no es casual. Es un detalle de “Interno con figura” (1868) de A. Cecioni. Y, precisamente, Interno con figura es uno de los cuentos de este libro (el que más me ha gustado, junto El final de Barbro), y que sirve a Cristina para hacer un juego metaliterario en el que la propia Cristina se convierte en la protagonista del relato. Un relato de una construcción sorprendente. Los cuadros, al igual que los libros, nos cuentan historias. Su autor quiere contarnos algo. ¿Qué nos dice la imagen de “Interno con figura”? Cada persona hace una interpretación distinta de aquello que ve, le da diferente relevancia a los detalles y al conjunto de una imagen, y algunas miradas pueden ser sumamente inquietantes. Y mirar una mirada así puede resultar muy turbador. Y cuando algo nos inquieta, actuamos. O nos paralizamos. O dejamos que la inercia resuelva. O escribes un cuento.

En La habitación de Nona, el cuento que da título al libro, me ha atraído especialmente el punto de vista que adopta Cristina. Me ha encantado el planteamiento, y sin duda es una perspectiva que da mucho juego y que no me extrañaría que la autora retomara. Quizás, por poner un “pero”, he sentido que al final se detallaba demasiado explícitamente lo que le sucede con Nona. En cualquier caso, terminas el relato y lo vuelves a leer. Y contemplas lo que lees de manera diferente a la primera lectura.

Hablar con  viejas es el relato que quizás me ha dejado más indiferente, pero que igualmente he devorado, porque hay una contundencia increíble en la forma en que Cristina necesita de una sola frase para que una situación aparentemente normal y cotidiana se transforme en algo inquietante. Conocer que la situación inicial fue una situación vivida por la propia Cristina y que este cuento ha servido en cierta forma para saldar un ajuste de cuentas con su propia conciencia no deja de hacerme pensar en que cualquier situación sirve de base para construir un relato.

Precisamente la oportunidad de hablar con Cristina Fernández Cubas me ha valido para confirmar algo en lo que siempre pienso ante un libro de relatos: el orden de los mismos. Nunca me han parecido casual, y no tengo la seguridad de que las editoriales respeten siempre ese orden propuesto por el autor. Si bien no necesariamente porque haya un hilo argumental que enlace un relato con otro, pero estoy segura de que las distintas historias siempre se conectan con un hilo que tal vez sólo el autor conozca: un orden cronológico, una continuidad emocional, una historia que compensa otra, una redención… Y, sí, es así. El orden no es casual, el germen de cada historia en ocasiones surge justamente de la descarga emocional dejada en la historia recién escrita, que a su vez surge de una historia anterior cuyo germen pudo ser una idea, un punto de vista distinto, un cuadro, alguien que se cruza en tu camino, la recreación del concepto de justicia divina…

Y así el desconcertante, por tremendamente personal (así lo sentí yo), La nueva vida es la clave que explica la necesidad de que a continuación, como cierre del libro, venga Días entre los Wasi-Wano. Conocer y comprender siempre da sentido a todo. Por eso me ha parecido tan enriquecedor conocer esos aspectos que solemos ignorar de un libro, sus mimbres, su construcción. Aunque sean pinceladas, la lectura se engrandece.

Hay dos cosas que me han parecido muy llamativas en este libro: Una, ya lo he mencionado, la facilidad con la que Cristina nos mete en la historia, una historia aparentemente normal y hasta sosegada y, de repente, le basta una frase para que ese ambiente de normalidad se quiebre y algo empiece a inquietarte y se instale cierto desasosiego que te provoca seguir leyendo con ansia, casi como queriendo avanzar para restituir la “normalidad”, la placidez.

Y dos, la no menos facilidad para mover en el lector los miedos, los reales y los imaginarios, el tránsito entre la ficción y la no ficción, la realidad y la fantasía. Todo es posible en los mundos de Cristina, y en todos ellos podemos ser uno de los personajes.
Esas cosas tiene el tiempo: la conversión de lo absurdo en costumbre.

viernes, 9 de diciembre de 2016

El marino que perdió la Gracia del mar (Yukio Mishima)

Título original: Gogo no eiko
Traductor: Jesús Zulaika Goicochea
Páginas: 192
Publicación: 1963 (1980)
Editorial: Bruguera
Sinopsis: Mishima retrata en esta breve novela a través de su protagonista, Noboru, el abismo insalvable que se abre como una herida entre el desesperado intento de un clan de adolescentes de hallar su ubicación en el mundo mediante un código de conducta fuera de uso, y una sociedad ya irremediablemente convulsionada y despojada de su armonía tras la traumática derrota en la Segunda Guerra Mundial.

Si yo fuera una ameba -pensaba- con un cuerpo infinitesimal, podría derrotar a la fealdad, pero el hombre no es lo suficientemente diminuto ni gigante para vencer a nada.
Tanto por leer… pero qué seguridad dan las relecturas. Es volver a zona segura, a los libros que te hicieron lectora, recordar dónde está la literatura y, en el fondo, dónde estás tú, ahí donde encontraste un camino bajo unos pasos inciertos. 

Recuerdo que lo primero que conocí de Mishima fue su vida (y su muerte). Así que comencé a leerle sabiendo de sus obsesiones, todas ellas presentes en sus libros: la muerte, el mar, la exacerbación del cuerpo, la ética samurái, la belleza, los valores tradicionales, la homosexualidad, la violencia, la tragedia…
Era un gemido de oscura, infinita, imperiosa pesadumbre; negro como boca de lobo y liso como lomo de ballena, cargado con todas las pasiones de las mareas, con la memoria de los viajes sin cuento, con los júbilos, con las humillaciones… Era el grito del mar.
Escogido al azar (podría haber sido cualquier otro libro de Mishima) a El marino que perdió la Gracia del mar le llegó su turno de relectura. Encontrarme con subrayados antiguos, mantenerlos y añadir más. Leo ahora traduciendo mi mirada de hace años, aumento mi comprensión ante lo que leo y ante mi propia evolución personal. Percibo que he tenido suerte en mis lecturas, que escogí el camino correcto. No es mi lectura preferida de Yukio (aunque todas las suyas son de altura), pero sin duda es un libro ideal para conocer a este autor y doblar el espinazo ante su escritura. 
Pero su pureza era tan frágil como una luna nueva.
Si algo se ha movido en mí al leer a Mishima ha sido siempre admiración por su forma lírica de escribir, más allá de la historia que cuente hay en su obra una belleza casi pictórica, sensual, tremendamente erótica y sensorial, algo que siempre me ha fascinado de este autor japonés.

Cuando un libro es atemporal, traspasa épocas y se acomoda a la actualidad como si hubiera sido escrito, ya no hoy, sino mañana, sabes que estás ante un libro que transciende y que está en ese remoto lugar llamado literatura, en el olimpo de la literatura. No tengo dudas: El marino que perdió la Gracia del mar refleja, hoy en día, muchas de las brechas de nuestra sociedad enferma. Estremece pensarlo porque los adolescentes son de una fragilidad asombrosa. Eso es lo que hacemos con ellos: nuestra hipocresía les vuelve insensibles, hace saltar por los aires la delgada línea que nos separa de la violencia y la maldad, y arrasa con la no menos frágil línea entre lo subjetivo y lo objetivo.
Cuando coja sus pechos, se acurrucarán contra mis palmas con pesadez sudorosa y magnífica. Me siento responsable de la carne de esta mujer, que me desgarra dulcemente como lo hacen otras cosas que son mías. Me estremece la dulzura de su presencia: cuando me sienta temblar se volcará como la hoja de un árbol sacudido por el viento y dejará que yo vea el lado vacío de sus ojos.
Pese a la violencia soterrada que estalla con frialdad y aparente indiferencia, pese a la desesperanza y la sensación de que algo diabólico se está infiltrando en la humanidad, siempre en Mishima encuentro una belleza y una musicalidad que me convence y me vence. Quizás porque tiene el don de mantenerme a una distancia en la que mi alma no convulsiona, porque Mishima se aleja del sensacionalismo y la proximidad emocional para construir un relato en el que el ritmo, la estructura, la afinación, todo se ajusta como la mar al horizonte.