miércoles, 26 de octubre de 2016

Viaje en torno de mi cráneo (Frigyes Karinthy)

Título original: Utazás a koponyám körül
Traductor: F. Oliver Brachfeld
Páginas: 320
Publicación: 1939 (2007)
Editorial: Galaxia Gutemberg
Sinopsis: En 1934, la vida de Frigyes Karinthy sufrió un vuelco de consecuencias imprevisibles: le habían diagnosticado un tumor cerebral. Viaje en torno de mi cráneo arranca con los trenes invisibles que, un buen día, atraviesan los tímpanos del autor. Es el primero de una serie de síntomas, pequeñas molestias que poco después derivaron en sospechosas advertencias de algo con visos de ser una grave enfermedad y que acabaron por adueñarse de su vida.
No hay más que días. Veinticuatro horas, eso es lo que hay, y siempre es posible de una manera u otra resistir la vida durante este tiempo.
La vida no me da para tanto libro. Una vez asumido esto mi misión es no equivocarme con mis lecturas. Leer sólo aquello que me satisface. Habrá muchos libros buenos que no lea pero que no son lecturas que me sumen. No me importará no leerlos. Pero de esos que añaden, que me aportan, no quiero que se me escape ninguno. El tiempo cuenta y transcurre, si lo (mal)gasto con una lectura que no acaba de cuajar es tiempo que no dedico a otra que me agradaría más. Pero hay que arriesgar, sólo las relecturas son seguras y muchos libros no dejan de ser una incógnita, aunque sean de un autor o autora que sepas no te fallarán. 

No recuerdo porqué tenía este libro. Pero quiero pensar que si lo tenía es porque en algún momento algo me hizo creer que merecía la pena o llamó lo suficiente mi atención como para adquirirlo. Del autor no tenía referencia, más allá de la que busqué por encima justo antes de empezar la lectura. Y no estaba segura de si el tema iba a ser oportuno justo en este momento. No rehúyo la dureza, pero no, ahora no, gracias. Bah, pensé, no hay problema: si no me convence, lo aparco. 

Y que luego digan que no leo libros “alegres”. Pues acabo de leerme uno: este. Aunque quizá el término “alegre” no sea el más adecuado (no, no lo es). Pero rebosa sentido del humor, sarcasmo, ironía, inteligencia… Sí, con un tema tan delicado como un tumor cerebral (y en 1934 nada menos –algo  que amablemente nos recuerda el traductor, ya en 1961-, háganse una idea de lo que ha avanzado la medicina desde entonces).

Karinthy no deja nada fuera, ni los primeros síntomas de la enfermedad, ni los posteriores, ni las posibles secuelas… ni siquiera nos priva de contarnos con detalle la operación, puesto que estuvo despierto la mayor parte de la misma. Y no recurre al drama, al “pobre de mí”, a retorcerte las entrañas con un tono trágico. Al contrario, se desprende de todo tono simbólico, afectivo, emocional. No hay el menor atisbo de retorcimiento morboso.  Solo quiere escribir y describir lo que le sucedió para recordar, para no olvidarlo. Cierto, hay momentos que cruje, pero sin la “violencia” de la tristeza catastrofista, porque Karinthy tenía un sentido del humor extraordinario e inteligente (y no lo pierde en esta situación) y también una mirada científica, incisiva, astuta y muy auténtica. 

Karinthy nos habla de todo el proceso, no sólo desde dentro, sino también desde el exterior, como si se proyectara fuera de sí mismo pero manteniendo intacto tanto lo que percibe y siente desde dentro y añadiendo lo que percibe y siente quien “está” fuera. Un desdoblamiento al alcance de mentes brillantes. Quizá me he embarullado un poco explicándolo pero como escribo para mí (para recordar mis sensaciones lectoras, mi biografía a través de las lecturas), me vale. 

Hay mucha curiosidad en este libro, no sólo la del lector, queriendo saber, sino también la del propio autor, que muestra continuamente mucho interés por saber qué es lo que le sucede continuamente, tratando de entender, no desde la desolación, sino desde el deseo de intentar resolver la extrañeza de todo lo que le sucede. En ningún momento busca compasión de los demás. Quienes le rodean reaccionan de distintas maneras, y Karinthy siente también la curiosidad de desentrañar sus reacciones, de analizarlas y ubicarlas en el contexto de la propia enfermedad.

De hecho Karinthy consigue algo extraordinariamente asombroso: no le compadeces, no le sufres. Simplemente le acompañas en ese viaje en torno a su cerebro, aprendiendo de este sorprendente viaje y del análisis y la visión con que Karinthy lo enfrenta.  

Viaje en torno de mi cráneo no sólo es un testimonio de una dura experiencia médica, contiene también mucha y buena literatura. Las últimas páginas son de una belleza asombrosa. Sin duda, la parte más estremecedora y poética.
La realidad sabe mucho mejor, aun desde el punto de vista simbólico, cómo, cuándo y dónde colocar las cosas.
Amén, Karinthy. No ha sido, ni mucho menos, un tiempo perdido. Siempre es posible resistir la vida, un día, y otro, y otro.

lunes, 17 de octubre de 2016

Las chicas (Emma Cline)

Título original: The girls
Traductora: Inga Pellisa
Páginas: 344
Publicación: 2016
Editorial: Anagrama
Sinopsis: California. Verano de 1969. Evie, una adolescente insegura y solitaria a punto de adentrarse en el incierto mundo de los adultos, se fija en un grupo de chicas en un parque: visten de un modo descuidado, van descalzas y parecen vivir felices y despreocupadas, al margen de las normas. Días después, un encuentro fortuito propiciará que una de esas chicas –Suzanne, unos años mayor que ella– la invite a acompañarlas. Viven en un rancho solitario y forman parte de una comuna que gira alrededor de Russell, músico frustrado, carismático, manipulador, líder, gurú. Fascinada y perpleja, Evie se sumerge en una espiral de drogas psicodélicas y amor libre, de manipulación mental y sexual, que le hará perder el contacto con su familia y con el mundo exterior. Y la deriva de esa comuna que deviene secta dominada por una creciente paranoia desembocará en un acto de violencia bestial, extremo…
Puedes leer el primer capítulo AQUÍ.
Cómo me gustaba machacarme de esa forma, atizar mis sentimientos hasta volverlos insoportables. Quería que todo en la vida fuera así de desesperado y henchido de augurios, de modo que hasta los colores y el tiempo y los sabores estuvieran más saturados.
Estoy en un aprieto.

Creo que la editorial Anagrama es la que más libros aporta a mis estanterías. No es extraño, tiene en “nomina” a autores como Hustvedt, Nothomb, Ugresic, Homes, Knausgard, Chirbes, Gopegui, De Vigan, Auster, Barnes, Mesa, Sanz, Banville, Colette, Paley… Un largo etcétera que, más tarde o más temprano, van cayendo en mis lecturas. 

Y Anagrama, a esta mindundi, va y le ofrece el primer capítulo de Las chicas, de una desconocida Emma Cline y, en caso de sentirme interesada por la novela, me la harían llegar para comentarla en el blog. Claro, una se infla un poquitín, a qué negarlo. Porque es Anagrama, que me ha dado tan buenas lecturas, y tantas otras que esperan.
Era algo que había aprendido de mi madre: revertir a la educación. Atajar el dolor con un gesto de cortesía. Como Jackie Kennedy. Era una virtud de esa generación, un talento para eludir la incomodidad, apisonarla con ceremonia.
Aunque no suelo leer novedades ni aceptar libros para comentar en el blog, consentí en leer el primer capítulo de este libro. Emma Cline toma como punto de partida la matanza cometida por la conocida como “familia Manson”, en la que acabaron de una forma violenta y cruel con la vida de la actriz Sharon Tate y otras seis personas más. El tema, y el planteamiento que parecía hacer de él Emma Cline, me interesaba. Cline se centra en ellas, las chicas Manson, más que en el crimen en sí. Así que leo el primer capítulo, que en verdad me resulta escaso, pero me provoca la suficiente curiosidad como para arriesgarme a pedir el libro. Y leerlo.

Y aquí es donde empiezo a estar en un apuro. Porque aunque mi (pequeño, pero real) ego se reivindicó un pelín con el ofrecimiento de Anagrama, no soy tan ciega como para no ver que está claro que hay un boom mediático detrás de esta novela. Y mis lecturas, más o menos acertadas, más o menos literatura, suelen estar alejadas de este tipo de bombardeos mediáticos (curioso, la palabra “mediático” no tiene sinónimo…) de los que desconfío por naturaleza y a los que suelo llegar, si es que llego, bastante tiempo después de su lanzamiento y predecible lluvia de elogios a mansalva, muchas veces… gratuitos (y no me refiero a una cuestión económica).

Y empiezo a leer. Y me digo, vaya, no escribe mal Cline. Crea imágenes interesantes, tiene una mirada más allá de lo habitual, cierta profundidad, sabe contarlo. Hace un retrato reconocible y certero sobre la vulnerabilidad de la adolescencia y lo expuesta que se puede llegar a estar en ciertos entornos cuando la autoestima es una marejada que parece alejarse continuamente. Acierta con la psicología de algunos personajes, de sus conductas y emociones. Sabe exponer lo que es sentirse invisible y lo poderoso que es que alguien te convierta en su centro de atención. La columna vertebral de la manipulación, en definitiva.
Me había acostumbrado a pensar en gente que no pensaba nunca en mí.
Vamos bien ¿no? Pues no. Porque después de esas primeras páginas el libro, en las que la calidad en ciertos momentos de la prosa de Cline me despista, se me empieza a deshacer en las manos. ¿Qué pasa, Ana? Me atasco, pasan los días, me cuesta avanzar, siento rabia porque el libro me provoca un bloqueo lector. No avanzo leyendo, y cuando lo termino me cuesta volver a coger otro libro. Eso me enfada. Así que decido hacer una purga, escribir y contar la razón por la cual este libro me ha decepcionado.

Porque os vais a hartar a leer cosas bonitas de Las chicas. Porque seguramente es un libro que va a gustar mucho. Pero a mí se me ha quedado corto (no de páginas). He comentado lo que me ha gustado del libro. Me parece un acierto por parte de Cline el planteamiento, la idea en la que se basa el libro, lo que quiere contar. E incluso el cómo lo hace no está tan mal. Escribe bien y puede que con el tiempo Cline, si no se deja cegar por el éxito de su debut literario, sea una autora a tener en cuenta.
Todos queremos que nos vean
Como novela de iniciación o formación (coming-of-age novels, o Bildungsroman, en su término alemán original) es interesante, pero suma relativamente poco o nada a lo ya existente, aunque sin duda, insisto, basarse en las chicas Manson lo considero un gran acierto. Lo que sucede es que le falta utilizar lo implícito, no dar tanta información que ya ha quedado clara pero sobre la que insiste una y otra vez (la relación de Evie con sus padres, por ejemplo). Hay exceso de información para justificar la fascinación de Evie por Suzanne. Y, pese a tanto detalle y empeño por parte de Cline, Suzanne no me parece un personaje tan poderosamente retratado como para cautivar a nadie de esa forma, excepto por el deseo de la propia Evie de gustar, de querer, de amar. Y de que la amen. Que la vean.

La Evie adulta termina por sobrarme o por faltarme. Otros personajes, como Russell y otras chicas, más allá de Suzanne y la propia Evie, quedan imprecisos…

¿Cómo explicarlo? Le sobran páginas. Queda clara la vulnerabilidad de Evie, que es carne de cañón para la manipulación. Pero tanto intenta Cline mostrarnos esto que estira demasiado el chicle y al final una mitad se me queda en los dedos y la otra mitad en la boca. Es un chicle que empezó muy rico y acabó muy pegajoso y pesado. 
Sus respiraciones eran como cuentas de rosario, cada inspiración y espiración, un consuelo.
Tengo la sensación de que Cline se ha gustado a sí misma. Que tiene mucho potencial y muchas cosas que contar y las quiere contar todas, recreándose en el cómo. Deleitándose en el escribir bien. Es brillante en algunos momentos, pero se enreda, pierde de vista las claves de lo que tiene entre manos y termina por desdibujarse. Y a mí me queda la impresión de que ha dejado pasar una oportunidad, que tenía una genialidad en las manos, las bases para contarlo bien y que finalmente la bomba le estalla en las manos, fascinada mientras miraba la cuenta atrás. 

También pienso que hay booms mediáticos que le hacen un flaco favor a la novela. Ponen el listón en un nivel que no le corresponde y la decepción es casi una consecuencia natural. Cuánto hubiera agradecido que Anagrama hubiera elegido, por ejemplo, Basada en hechos reales, de Delphine de Vigan, para enviarme e iniciar una relación que, me temo, ha terminado en un coitus interruptus…
Estás siempre escapándote, y nos dejas el corazón roto cuando te vas
En esta fotografía aparecen tres de las acusadas en el caso del asesinato de Sharon Tate. Susan Atkins es la que va detrás de la mujer policía. A mí sigue sin quedarme claro de qué se ríen. Yo y mi enfermiza incapacidad para entender el mal y la ausencia de empatía…



miércoles, 5 de octubre de 2016

El árbol (John Fowles)

Título original: The Tree
Traductora: Pilar Adón
Páginas: 112
Publicación: 1979 (2015)
Editorial: Impedimenta
Sinopsis: Publicada por primera vez en 1979, El árbol, una de las pocas obras en las que el novelista John Fowles exploró el género ensayística, supone una reflexión enormemente provocativa sobre la conexión entre la creatividad humana y la naturaleza, además de un poderoso argumento contra la censura de lo salvaje. Para ello Fowles recurre a su propia infancia en Inglaterra, en la que se rebela contra las estrictas ideas de su padre, que vive obsesionado con la «producción cuantificable» de los árboles frutales, y en su lugar decide abrazar la belleza de la naturaleza no modificada por el hombre. 
Puedes leer las primeras páginas AQUÍ
Lo que está en verdadero peligro no es tanto la naturaleza como nuestra actitud hacia ella.
No creo en nada. Excepto en una cosa: la naturaleza. Bueno, y en los libros. Algunos libros. Agosto es un mes cruel. Duro, muy duro. Creo que es el mes más feo del calendario. Necesité, aún lo necesito, naturaleza para respirar. Como no podía acercarme a ella acudí a los libros para encontrar un remedo de la misma. Concretamente a esta delicia que nos ofrece Impedimenta, una editorial a la que tengo mucho cariño. Y con traducción de Pilar Adón, a quien le tengo más cariño todavía. 

Yo no sé si existe el “ensayo autobiográfico” como género  literario (sé poco de todo), pero si existe yo diría que estamos delante de uno. Un ensayo sobre la naturaleza atravesado por lo personal, lo autobiográfico. De hecho Fowles inicia esta obra hablando de su padre. Y ahí tengo ya la primera reflexión para darle vueltas: cómo acabamos siendo lo que somos a veces por oposición a lo que fueron nuestros padres, por los desacuerdos, las huidas, como escapándonos de aquello que percibimos casi como una imposición (aunque no lo sea). Quizás porque necesitamos llegar a nosotros mismos sin condicionantes, con libertad, con conocimiento, información y experiencia. Yo que sé. Cosas que se me ocurren, se me ocurrieron, en las primeras páginas de este ensayo.
Somos incapaces de asumir la enorme indiferencia, la ultrahumanidad, de gran parte de la naturaleza.
Más cosas que pensé: las palabras. Nuevamente esa idea (que comparto plenamente) sobre que las palabras acotan, no llegan, vetan, no son suficientes. No bastan. Algo que a Lispector le martirizaba y exploraba continuamente y que de nuevo encuentro en Fowles. Aunque Lispector se refería principalmente a la naturaleza humana (y a los objetos que la rodeaban) y Fowles, aunque en el fondo también, lo plantea en torno a la naturaleza salvaje. 

He asociado naturaleza y salvaje casi como si fueran una sola palabra… Lo salvaje para mí es lo indomesticable por la mano y la voluntad del hombre, lo que se rige por sus propias leyes. O sea: naturaleza. De esa es de la que nos habla Fowles, la naturaleza como una verdad incuestionable, sin dobleces ni múltiples y solapadas intenciones. Inexpugnable. Pero sin más propósito que su propia existencia. Una naturaleza libre e indomable a la que el hombre pretende domeñar constantemente: arrinconándola, destruyéndola, domesticándola (intentándolo), estudiándola y etiquetándola… Cuánto temor al caos…

Hay algo que me ha hecho sentirme bien conmigo misma en esta lectura. Soy una persona bastante ignorante, algo que siempre digo y que muchos creen que es falsa modestia cuando es una realidad impepinable. Leo mucho, tengo interés por muchísimas cosas, intento cosas que no están dentro de mis posibilidades, observo cada minuto, me subyugan los gestos sencillos, los pequeños acontecimientos, intento aprender continuamente… pero no desde el conocimiento, sino desde el sentimiento. Es decir: pocas veces recuerdo el nombre de las cosas, las fechas… los datos en definitiva. No intento retener los datos, sino las sensaciones. No soy una buena jugadora del Trivial, vaya… Así que fue un placer casi orgásmico encontrarme con esto:
Ponerle nombres a las plantas siempre implica categorizarlas y, por tanto, proceder a su recogida en un intento de poseerlas.
¡Aleluya! escribí al margen… Me sentí (un poquitín) menos rara. Para mí la naturaleza no es etiquetarla, ponerle nombre, conocerla enciclopédicamente. La naturaleza (para mí, insisto) es estar en ella desde quien se sabe inferior e ignorante, desde el respeto y la admiración y desde quien se siente privilegiada de poder disfrutar de la belleza, formar parte de ella desde el silencio, un silencio que no es sólo ausencia de sonido o palabras, sino conectar conmigo misma, una Ana Blasfuemia de miles de años, de siglos de edad, la edad de la tierra. La naturaleza me recuerda quién soy, quiénes somos, lo que dejamos atrás, lo que olvidamos. Me recuerda cuánto nos hemos alejado de valores naturales, sanos, limpios, también feroces y brutales y cómo, queriendo domesticar la naturaleza, nos hemos domesticado a nosotros mismos, perdiendo la esencia del alma humana: la libertad, el instinto. Y para eso, no hay palabras. No las hay. 
Pero lo que la naturaleza me aporta en mayor medida queda muy por encima de cualquier  expresión verbal. Tratar de enunciarlo  me situaría de inmediato en el mismo barco en el que viajan todos aquellos que se dedican a etiquetar y aspiran a poseer la naturaleza¸ es decir, me alejaría de lo que más necesito. De lo que quiero aprender.
Sobra decir que tiendo además a no etiquetar tampoco la naturaleza humana, el comportamiento de las personas. Sólo así puedo intentar comprenderlo, yendo más allá del encasillamiento de las etiquetas y de las palabras. Porque las palabras no alcanzan para describir la naturaleza, ni la salvaje ni la humana.

Fowles conecta el mundo de la naturaleza, los árboles, los bosques, con la ciencia, el arte, el proceso creativo. Claro, ahí está TODO, todas las respuestas: en la naturaleza. ¿No lo vemos? ¿no somos capaces de verlo?