martes, 22 de diciembre de 2015

Secuelas de una larguísima nota de rechazo (Charles Bukowski)

Título original: Aftermath of a Lengthy Rejection Slip
Traductora: María José Chuliá García
Páginas: 29
Publicación: 1983 (2008)
Editorial: Nórdica
ISBN: 9788493669522
Sinopsis: Secuelas de una larguísima nota de rechazo es el primer relato que, con 24 años, escribió Charles Bukowski y fue publicado en Story Magazine. Como todos sus textos, este relato es claramente autobiográfico. De hecho, al poco tiempo de escribirlo se desilusionó con el proceso de publicación y dejó de escribir durante una década. Cuenta de manera magistral los sentimientos de un escritor que continuamente ve cómo son rechazados los originales que envía a revistas y editoriales.

Aprender a leer y leer todo lo que había a mi alrededor fue todo uno. Y a mi alrededor había mucho que leer. Mucho. Y nadie me puso ninguna barrera, ningún freno, nadie me dijo “esto no es para una mocosa como tú”. Afortunadamente. Así que empecé a leer muy fuerte. Sin medida. Todo. Nunca agradeceré lo suficiente a quienes me rodeaban esa ausencia de filtro.

Cuando llegué a Bukowski ya me limpiaba los mocos sola, eso es verdad. De hecho, tendría unos 19 años. La máquina de follar y Erecciones, eyaculaciones y exhibiciones cayeron en mis manos. El desparpajo morboso, la degradación, el vacío existencial… Unas lecturas muy apropiadas para una adolecente que ya andaba perdida por este mundo desde hacía años. A estas alturas ya ni os cuento lo perdida que estoy. De aquellas lecturas recuerdo especialmente haberme encontrado una deliciosa sensibilidad que subyace, subterránea, a todo lo soez que sugerían los títulos. Por debajo de la piel. O sea, por dentro.

Cuando pude, años después, me empapé de la poesía de Bukowski, pasando muchos de sus poemas a formar parte de mi guarida de lecturas en las que me encuentro y soy capaz de abrazar, literalmente, cada vez que vuelvo a ellas.

Hacía mucho que no leía ningún relato o novela de Bukowski, aunque siempre tengo su poesía a mano, y en la biblioteca vi este pequeño relato, ilustrado por Thomas M. Müller. De la mirada a las manos en un zasca. Veo que es su primer relato. Demasiado tentador como para dejarlo pasar, además un vistazo a las ilustraciones terminarían por decidirme (ya lo estaba, decidida).

Y me encontré… a Bukowski. Joven, sí (24 años), pero el Bukowski que recuerdo: desolador, satírico, oscuro, idealista, desgarrado, instintivo… Sin la insolencia que luego fue más constante en sus escritos (sobre todo en sus novelas), pero ese Bukowski estaba ahí, su fuerza inusitada, siempre alejado de la mirada más racional. Bukowski y sus entrañas. Desde lo cotidiano a lo absurdo. La mirada sarcástica, atenta a las minucias y los detalles.

29 páginas que se leen de una sentada (una sentadita, ideal para culos inquietos como el mío). Las imágenes de Müller y las que crea con sus palabras Bukowski te introducen con facilidad en ese ambiente de desilusión, de optimismo rechazado. Se aprecia ya en este relato el personaje que fue construyendo de sí mismo, ya sabéis, el Bukowski mujeriego, borrachín, jugador, reaccionario, libre… Un curioso relato del siempre genial Bukowski.

Es verdad, adoro a Bukowski. No soy objetiva con él. Pero nunca he querido ser objetiva con quienes amo. Quizás la objetividad esté sobrevalorada. O el amor. Pero ¿cómo ser objetiva con alguien que ha escrito (entre otras muchas cosas) un poema como este?:


Pájaro azul (Charles Bukowski)

Hay un pájaro azul en mi corazón
que quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí dentro,
no voy a permitir que nadie te vea.

Hay un pájaro azul en mi corazón
que quiere salir
pero yo le echo whisky encima y me trago
el humo de los cigarrillos,
y las putas y los camareros
y los dependientes de ultramarinos
nunca se dan cuenta
de que está ahí dentro.

Hay un pájaro azul en mi corazón
que quiere salir
pero soy duro con él,
le digo quédate ahí abajo,
¿es que quieres hacerme un lío?
¿es que quieres mis obras?
¿es que quieres que se hundan las ventas de mis libros
en Europa?

Hay un pájaro azul en mi corazón
que quiere salir
pero soy demasiado listo, sólo le dejo salir
a veces por la noche
cuando todo el mundo duerme.
Le digo ya sé que estás ahí,
no te pongas triste.

Luego lo vuelvo a meter,
y él canta un poquito
ahí dentro, no le he dejado
morir del todo
y dormimos juntos
así
con nuestro pacto secreto
y es tan tierno como
para hacer llorar a un hombre,
pero yo no lloro,
¿lloras tú?

Y con Bukowski quiero cerrar el año en el blog. Adiós 2015. Aunque ahora cuando ya agonizas has intentado recomponer tantos días infames, te pateo el culo y te digo adiós. Bienvenido 2016. El 16 es mi número preferido. Y es un año bisiesto. Le recibiré con los brazos abiertos y mirada de faro. Sigo leyendo. Siguen los libros. Siguen las lecturas. Os deseo a quienes por aquí pasáis que la vida y los libros os den amor, equilibrio, salud, latidos... Que la vida os dé VIDA. Y que nada se interponga.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Anexo (Nelson Galtero Barchetta)

Título original: Anexo
Páginas: 72
Publicación: 2013
Edición: Toni Segarra
Sinopsis: Un hombre pasa unos días en un pueblo. Tiene que hacer un informe sobre las características de un terreno. La empresa para la que trabaja quiere levantar un hotel. De este informe no leemos ni una palabra. El libro empieza en el anexo, que cuenta algunas cosas extrañas del pueblo. Por ejemplo, que todos los días muere alguien. Que algunos días después reaparece, pero para volver a morir, y a reaparecer. En el anexo el hombre explica que las muertes van a espantar a los turistas, pero que por pocos que sean los que se animen, luego no podrán salir, y van a necesitar un hotel donde dormir. Que podrían pedir lo que les diera la gana por una noche de sábanas limpias y un buen desayuno por la mañana. En un momento el hombre quiere volver a casa, pero está enredado en unos cuantos asuntos con el alcalde. Y tampoco sabe muy bien cómo salir de ahí. En esta historia todos pelean por lo suyo, pero algunos pelean con más fuerza que otros.


A mí el sarcasmo me parece un trasto victoriano. Pierdes el tiempo decodificando un adorno envenenado, dulce por fuera, lleno de mierda por dentro.
Este libro llegó a mí porque Nelson Galtero supo entender que yo leía lo que me daba la gana y cuando me daba la gana. O cuando le da la gana a los libros. Y el libro se armó de paciencia en la estantería. Pequeño. Negro. Casi escondido. Me atrae lo invisible, lo que no se ve tiene más verdad que lo que se ofrece descaradamente a la mirada. Así que lo rescaté pronto de la estantería. Nelson, su Anexo, supo tentarme sutilmente.

Me gusta leer a ciegas, sin saber qué me voy a encontrar. ¿Qué me encontré en Anexo? Al principio en mi cabeza aparecían, como puestas en sordina, las imágenes de una película que me fascina y que tengo por película fetiche, de lo mejor de nuestra cinematografía: Amanece que no es poco. Esa mezcla de humor y situaciones absurdas, el surrealismo, las situaciones disparatadas, el esperpento… Y todo ello con el semblante serio. Vamos, lo más normal del mundo, que nazcan hombres en los bancales, que llueva arroz, que se den clases de ciencias a ritmo de espiritual negro, que se mantenga un monólogo con una calabaza (impagable: «Calabaza, se acaba un nuevo día y, como todas las tardes, quiero despedirme de ti. Quiero despedirme y darte las gracias una vez más por seguir con nosotros. Tú, que podías estar en la mesa de los ricos y de los poderosos, has elegido el humilde bancal de un pobre viejo para dar ejemplo al mundo. Yo no puedo olvidar que en los momentos más difíciles de mi vida, cuando mi hermana se quedó preñada del negro o cuando me caparon el hurón a mala leche, sólo tú prestabas oídos a mis quejas e iluminabas mi camino. Calabaza, yo te llevo en el corazón…»)

Y así, no menos disparatado, en Anexo todos los días muere alguien, pero resucitan y vuelven a morir, cada vez con edades distintas; un personaje que parece imprescindible (Grossman) resulta totalmente inaccesible; un fiscal resuelve los casos con la imaginación… Se enlazan unas situaciones con otras, todas ellas disparatadas, pero bien amalgamadas, como si Nelson Galtero modelara con cerámica una figura elaborada a partir de materiales inverosímiles.

Mientras que en Amanece que no es poco los forasteros que llegan al pueblo pueden irse, en este pueblo recreado por Nelson Galtero no. Hay puerta de entrada, pero no de salida. Y eso ya dice mucho, un pequeño enigma a resolver ¿cómo salir? Inteligente y sutil Nelson…

La lectura me atrapó, y creo que lo hizo por algo de lo que el propio Nelson es muy consciente (pese a lo que diga en el Prólogo): su magnetismo. Tiene ese don. Es un hechizador hipnótico con las palabras, el ritmo que les imprime, las frases que deja caer, por aquí, por allá. Como si leyeras en dos planos: 1) las palabras que estás leyendo, su significado más inmediato. 2) Lo que subyace entre líneas. Lo invisible. Lo que sugiere sin decir, diciendo. Incluso podríamos encontrar otro tercer plano, el de la alegoría. O tal vez todos los planos sean el mismo, porque están amasados con sutileza e inteligencia.

Y, claro, así, lees del tirón. Y ves que, en un corto espacio, un relato breve, aparecen destellos (no por breves menos intensos) de muchos temas, esos que están ahí latiendo en una sociedad que prefiere las adaptaciones de la verdad antes que la propia verdad. Una mirada irónica la de Nelson, que me hizo recordar a Paul Auster. No me preguntéis porqué, que una no es experta en nada, sólo me muevo a nivel de sensaciones, no siempre racionales y explicables en mi caso.

¿Encontraréis la puerta de salida?

Yo aquí sólo veo gente que quiere irse y no puede.
Anexo termina con un intrigante epílogo que aumenta mi fascinación por este libro, pequeño en tamaño y generoso en contenido.

No sé ir despacio, tengo que correr. Quizás odio a la gente.
(@AnaBlasfuemia)

jueves, 10 de diciembre de 2015

El año del pensamiento mágico (Joan Didion)

Título original: The year og magical thinking
Traductor: Javier Calvo Morales
Páginas: 190
Publicación: 2005 (2015)
Editorial: Literatura Radom House
ISBN: 9788439729075
Sinopsis: Este libro memorable ha cautivado a millones de lectores en todo el mundo. En él, la escritora Joan Didion, una de las autoras norteamericanas más reputadas de finales del siglo XX, narra con una fascinante distancia emocional la muerte repentina de su marido, el también escritor John Gregory Dunne. Este libro tan breve como intenso es, por consiguiente, una reflexión sobre el duelo y la crónica de una supervivencia.
Puedes empezar a leer AQUÍ


La vida cambia deprisa.
La vida cambia en un instante.
Te sientas a cenar y la vida que conocías se acaba.
La cuestión de la autocompasión.
Esto va a ser difícil. Y largo. Así que tomen asiento o lean en vertical.

Hace tiempo que estoy removida. Arrasada, diría yo. Así que no leo libros fáciles, libros que me entretengan, me distraigan, me alejen del centro del tsunami emocional y vital en el que estoy. Al contrario, busco libros que le den sentido a todo lo que estoy viviendo y sufriendo. Libros faro. Faros que iluminen en medio de la tormenta. Es por aquí, por aquí… dice la luz parpadeante de los faros.

Yo estaba leyendo otro libro con la misma temática que este. Ya hablaré de él. Pero la vida, ay, la vida, también juega sus cartas. Y sacó un as de la manga. Lo hizo en forma de libro: El año de pensamiento mágico. Y más concretamente aún, lo hizo en forma de una lectura conjunta, con Querida Juliet.

¿He dicho lectura conjunta? Pues he dicho mal. No. No hago lecturas conjuntas. Leo con. Leo junto a. Se hace como se puede. Pero se hace. Es distinto. Cualquier lectura con, junto a, intensifica la lectura porque lo haces con alguien que a) lee como tú, desde las vísceras; b) significa mucho para ti; c) lees a la vez, comentas según vas leyendo. En definitiva, más que leer el libro, lo sientes. Lo vives.

Y así, leí este libro. Junto a. El otro (libro) siguió siendo leído al mismo tiempo y (anticipo) quedó noqueado por la enorme Didion.

Como un tranvía. Así pasó este libro por encima de mí. El tema del que habla no es un tema cómodo: el duelo, la pérdida de un ser querido. No es fácil de vivir, no es fácil hablar de ello, no es fácil gestionar todo lo que provoca. Y para explicar lo que quiero explicar tengo que contar una anécdota personal (ya les dije: tomen asiento o lean en vertical o directamente no lean).

Hace no mucho estuve con dos buenas amigas. Dos seres de luz. Estuvimos por ahí por el monte, como las cabras. Y en un momento dado (en muchos) me detuve a hacer una foto. No recuerdo si era a una flor, una seta, una hormiga, un rayo de luz que ponía el acento en una brizna de hierba… El caso es que estuve un tiempo largo peleándome con el zoom, tenía que aproximarme mucho a lo que quería fotografiar, la imagen que buscaba tenía que ser tan próxima que pareciera acariciar con la mirada, pero cuánto más zoom metía, más se desenfocaba. Claro, tenía que retirarme hacia atrás para meter el pedazo de zoom que quería. Tenía que alejarme para poder acercarme. Al alejarme, el zoom me acercaba con más nitidez. Luego, al comentarlo, nos dimos cuenta del sentido tan grande y potente que tenía lo de alejarse para acercarse. En ese momento saqué de la mochila mi libreta y, en el suelo, escribí la frase, la idea, el concepto: alejarse para acercarse. Algo (mucho) saldrá de ahí. Y así me hicieron una fotografía a la que he cogido mucho cariño (Escribo, es como una enfermedad). Agradezco infinito a Beatriz su mirada, que sepa verme como lo hace y haya captado ese momento que tanto me define.



Y ¿por qué todo este rollo? Pues por un lado porque me apetece enrollarme en esta entrada, pero sobre todo, porque esa es una de las claves de este libro. Didion se aleja para acercarse. ¿Y cómo lo hace? Tomando la distancia justa. Nada de drama. Todo desde fuera. Y desde esa distancia, desde ese alejamiento, mete el zoom y hace un análisis brutal y sutil de todo el proceso de duelo. Mete el dedo en la llaga, en su llaga, sin escarbarse de más (ni de menos), sujetándose las heridas a la vez que no pierde de vista ningún agujero por el que está sangrando. ¿Tapona las heridas? ¿Las cicatriza? No. Las heridas sangran. Las cicatrices tardan en cerrarse. No desaparecen. Una cicatriz nunca es invisible. Es un recuerdo: tuve esa herida. Y dejó de sangrar.

Somos seres mortales imperfectos, conscientes de esa mortalidad incluso cuando la apartamos a empujones, decepcionados por nuestra misma complejidad, tan incorporada que cuando lloramos a nuestros seres queridos también nos estamos llorando a nosotros mismos, para bien o para mal. A quienes éramos. A quienes ya no somos. Y a quienes no seremos definitivamente un día.
Pero en medio de todo ese dolor que supone perder a un ser querido, taaaan querido, como lo era su marido, intenta encontrar un equilibrio. Equilibrio. Eso es inteligente. Y necesario. No intentar taponar heridas que necesitan sangrar. No intentar esconder o evitar la cicatriz. No se puede. Pero se puede encontrar un equilibrio. Un sentido a todo. Perfer et obdura; dolor hic tibi proderit olim (“Se paciente y duro, algún día este dolor te servirá”).

El dolor es inevitable. Es necesario no sentir la presión a tu alrededor, empujándote para que el dolor desaparezca, porque oye, mira que incomoda el dolor, eh. Pero sobre todo incomoda a quienes ven que te duele. Normal. Nadie desea ver sufrir a alguien que quiere. Nadie quiere estar cerca del sufrimiento durante demasiado tiempo (¿cuánto es "demasiado" tiempo?). Ni siquiera a alguien que no sienta afecto por ti. Ea, fuera dolor, fuera tristeza. No vaya a ser contagioso.

Pero no. Si quieres que la cicatriz se cierre, si quieres sanar, tienes que dejar que el dolor haga lo suyo. Nunca podrás curar una enfermedad que no reconoces tener. Nunca sanarás un dolor si lo niegas. Seguirá ahí y te estallará, algún día. Por eso, Didion toma las riendas y la distancia, mira desde fuera, se mira, escucha su dolor, escucha sus miedos. Los identifica. Inteligente, lúcida, brillante. Identifica las heridas, las brechas abiertas: tengo estos miedos, esta autocompasión, estas culpas, este vacío, este autoengaño, este dolor, esta necesidad, esta contradicción, esta debilidad...

La vida cambia en un instante. Un instante normal.
Todo parecía tan normal. Y de repente. La conciencia hasta las entrañas de que todo es tan normal y de repente… es brutal. Te atraviesa. Sabe que no es algo que tiene que olvidar. Que no puede olvidar ese y de repente

Durante mucho tiempo, Didion tendrá un pensamiento mágico: John (su marido) volverá. Por eso no se deshace de sus zapatos. Los necesitará para caminar, cuando vuelva. Durante mucho tiempo, Didion se moverá entre comportamientos prácticos, superficiales, y sentimientos de irrealidad (el pensamiento mágico). Intenta buscar el equilibrio. Se desliza y se protege a la vez. Inteligente. Como bien sabe y dice mi querida Juliet: cambia de rama cuando tengas la siguiente bien enraizada, si no corres el riesgo de caer y no poder levantarte. Es la única forma de volar sin alas. Así se mueve Didion en este proceso de duelo. No coge la siguiente rama hasta que no esté bien enraizada, bien asentada y segura. Espera, piensa, observa, aprende. No se cae. Se duele, sufre, sufres con ella. Pero no se cae.

Estás a salvo.
Estoy aquí.

Esto le dice Didion a su hija. No voy a desvelar cuándo ni porqué. Es una frase que aparece varias veces en el libro. Cada vez que la leía a mí todo se me rasgaba por dentro. Tardé en darme cuenta de la razón de ese desgarro. Quería que alguien me lo dijera a mí.

Mi forma de escribir es mi forma de ser.
Entonces, tu forma de ser es admirable, honesta, generosa, querida Didion.

Podría seguir contando más de esta lectura. Mucho más. Tiene muchas cosas que subrayar, enmarcar, resaltar, comentar. Pero ya lo hice. Porque lo leí junto a. Gracias, querida Juliet. Ha sido mágico. Y necesario.

Equilibrio.

Disfruten, quienes quieran, de esta joya de libro. Yo ya lo he hecho. Y en muy buena compañía.

Yo os digo que no viviré dos días.
(©AnaBlasfuemia)

martes, 8 de diciembre de 2015

Mi maravillosa librería (Petra Hartlieb)

Título original: Meine wundervolle buchhandlung
Traductor: Manuel Laguillo
Páginas: 240
Publicación: 2014 (2015)
Editorial: Periférica
Sinopsis: Petra Hartlieb tiene ahora una gran familia, un perro y una librería. Diez años atrás, estando de vacaciones en su Viena natal supo de una bonita librería de barrio que cerraba sus puertas y estaba a la venta. Lo que en principio se planteó como una especie de broma (¿por qué no la compramos nosotros?), provocó en pocas semanas un cambio radical de vida, de ciudad y de oficio. Pero no fue fácil, tuvo que luchar contra un sinfín de contratiempos; no estaba preparada para convertirse en empresaria, y tampoco lo estaba para ser al mismo tiempo librera, esposa y madre.
A cada momento cambiamos de opinión. Vaya idea magnífica. Todo es un delirio. Irrealizable. Nuestro futuro. Nuestra ruina.
Libros sobre libros, un tema al que la mayoría de los que tenemos la enfermedad de la lectura no nos podemos ni queremos resistir. Libros sobre librerías, un peldaño más en el anzuelo para los que leer nos cura. Somos muchos los que no sólo leemos, sino que queremos prorrogar nuestra bibliofilia convirtiendo un sueño en realidad: abrir una librería, hablar de libros todo el día, contar historias rodeada de libros, crear todo un mundo en un espacio atestado de libros, construir un universo cultural alrededor de los libros, escribir rodeada de libros y lectores... En definitiva, ser propietaria de la librería a la que te gustaría ir, la librería que tienes en tu imaginario y que, por supuesto, aún no existe, aunque las haya que se aproximen a ese ideal de librería que te ronda una y otra vez.

Dicho esto está claro que: a) Sí, soy de las ilusas que sueña con abrir mi propia librería b) Este libro tenía que leerlo sí o sí.

Mi maravillosa librería es una buena dosis de realidad que puede hacer tambalear cualquier sueño librero que tengamos. Terminas el libro agotada, al igual que la propia Petra Hartlieb, ligeramente desesperanzada pero finalmente volviendo a revivir porque, en el fondo, la pasión por los libros puede con todo.

No comparto con Hartlieb sus gustos lectores (Daniel Glattauer y T.C. Boyle no están entre mis autores favoritos) pero sí la pasión por los libros y por contar historias. Esa pasión es lo que hará que Hartlieb sobreviva a la odisea de abrir una librería y sacarla adelante. Es verdad que parece tener mucha suerte en algunos aspectos: siempre hay gente que la ayuda en los momentos que más lo necesita; la librería parece estar llena desde el primer día, clientes continuamente pasando por la allí hasta verse desbordados (¿es posible algo así en este país, en plena crisis de librerías?).

Más allá de la pasión por los libros, del trato directo y familiar con los clientes, de la simpatía que desbordan, del buen ambiente entre quienes trabajan en la librería, de las recomendaciones “personalizadas”, de satisfacer las demandas de los clientes en el menor tiempo posible… hay algo en el éxito de la librería (en diez años no sólo prospera, es que abren otra…) que se me escapa, y que posiblemente tenga mucho que ver con la cultura de aquel país (Austria) y la ¿cultura? de este en el que vivo. También, sin duda, con el tesón y el titánico trabajo de todos los implicados.

Me ha gustado el estilo cercano, fresco y divertido con el que Hartlieb cuenta su odisea de abrir una librería casi sin querer, y que aborde otros temas como el enfrentamiento entre grandes librerías vs pequeñas librerías, las presentaciones de libros, el trato con los autores, la guerra con Amazon… Sin duda esta forma de contar es uno de los puntos fuertes de Mi maravillosa librería, porque Hartlieb no pierde en ningún momento el sentido del humor y tengo para mí que en eso (junto con la pasión) radica la clave del éxito no sólo del libro, sino también de la librería.

No estamos ante un libro que emocione, ni que literariamente tenga gran valor. Pero es un libro realista contado de forma amena, y muy honesta, sobre un universo que sí, me apasiona, porque los lectores necesitamos de las librerías, de las pequeñas librerías, esas en las que encuentras con facilidad lo que queda sepultado debajo de otros libros que hacen mucho ruido mediático pero no son literatura. Donde encontramos a las editoriales pequeñas e independientes con libros valientes y absolutamente maravillosos.

Esas librerías a las que puedes ir sabiendo que estarás como en tu casa, encontrando esos libros que parecen estar escritos para ti, sólo para ti, y que podrás hablar de ellos allí mismo, mientras alguien a tu lado te recomendará otro y acertará, y hablaréis de esa magia mientras tomas un vino o un té, escuchas a alguien recitar un poema o cantar una canción, y al fondo unos niños escuchan embelesados a un cuentacuentos o dan forma con palabas a sus propias historias mientras sus padres hablan de libros y escritores o escriben leyendas para sus hijos, sin que les importe que en otro rincón alguien esté dibujando e ilustrando un libro que aún no se ha escrito, ni que ese día la librería esté abierta toda la noche celebrando alguna luna llena a la que un gato maúlla desde la escalera que lleva al olimpo de los libros.

Algún día… (mi maravillosa locura)
¿Por qué seguir adelante? Por pasión. Aunque también cabría hablar de locura.

viernes, 4 de diciembre de 2015

Elizabeth ha desaparecido (Emma Healey)

Título original: Elizabeth is missing
Traductor: Antonio Prometeo Moya
Páginas: 320
Publicación: 2014
Editorial: Duomo
ISBN: 9788415945185
Sinopsis: Maud está convencida de que su amiga Elizabeth ha desaparecido, pero nadie le cree. Tiene setenta años y su contacto con la realidad no es el mismo de antes. Se pierde constantemente e insiste en llevar con ella una nota que le recuerda que busque a Elizabeth, más allá de que quienes la rodean le aseguran que su amiga está bien. Intentar encontrarla se convierte entonces en una obsesión, que la llevará a rememorar un hecho olvidado: la desaparición de su hermana en Londres durante la Segunda Guerra Mundial.

Es bonito que se metan conmigo. Elizabeth lo hace a menudo. Hace que me sienta humana. Porque significa que otra persona me considera lo bastante inteligente para aceptar una broma.
Elizabeth es importante para Maud. Es su amiga. Alguien que le hace sentirse humana e inteligente, justo cuando todo el mundo piensa que está perdiendo la chaveta. Pero Elizabeth ha desaparecido. Así lo dice una de las múltiples notas que rodean a Maud. Su memoria de papel. Porque Maud tiene Alzheimer o simplemente tiene 82 años, senilidad, y sus recuerdos se disuelven como azucarillos, especialmente los recuerdos más inmediatos.

NO es una novela de suspense, un thriller. Si buscáis eso en este libro, iréis mal encaminados. Al final lo que ha pasado con Elizabeth, o con la hermana de Maud no es lo importante, no como misterio a resolver, aunque sí como piezas fundamentales en el caótico puzle mental de Maud. Lo que sostiene esta lectura, donde reside su atractivo, es en su protagonista, Maud, que en primera persona nos irá contando su preocupación respecto a su amiga y sus recuerdos con lo sucedido con su hermana.

Emma Healey ha escrito una muy buena primera novela. Quizás las tramas de la desaparición de Elizabeth o de Suckey (la hermana de Maud) puedan flojear, aunque en verdad están construidas con bastante coherencia. Pero es que Maud se gana el corazón del lector, no sólo por su ternura, sino por cómo nos lleva de la mano por la mente de una persona senil cuya memoria le traiciona. ¿Cómo se siente alguien a quien se le olvida que ha salido a la calle, o que acaba de comer tostadas, o que tiene la despensa llena de latas de melocotón porque no recuerda haberlas comprado… u olvida a su propia hija? Porque las personas que van perdiendo la memoria no pierden su capacidad de darse cuenta de ello. Ni su capacidad de sentir.
Las palabras no me salen bien perfiladas: es irritante, pero el sonido encaja de alguna manera con la textura de mis pensamientos, que son como una masa de hacer pan.
Healey hace buen recurso del lenguaje, sin algarabía consigue profundizar en la compleja mente de Maud y nos transmite tanto su pensamiento como su comportamiento y sus sentimientos. La lógica de la conducta de una persona que se comporta de manera incomprensible, porque está senil y entonces los demás ya no intentamos comprender el porqué de ciertas conductas. Lo achacamos todo a la senilidad, creemos que la persona afectada no se da cuenta (error). Si es que las etiquetas siempre son tan limitantes…

Podría pensarse que es un libro duro, y sin embargo no lo es, porque te ayuda a comprender, porque no hay dramatismo ni tampoco se endulza nada. No empalaga. Mantiene un equilibrio muy interesante y atractivo para abordar este tema sin que te incomode ni te hagas un drama. Sin embargo no está carente (ni mucho menos) de sensibilidad (incluso de humor), y a veces notas un inevitable pellizco en el estómago.
Quiero que Helen llegue. Quiero ver su coche estacionándose, oír el reconfortante chirrido de los neumáticos sobre el asfalto, delante de la casa. No necesito nada. Sólo a ella, a mi hija.
Pero quizá haya venido ya. Y lo he olvidado. Miro la calle vacía. Las lágrimas refractan las luces y levanto una mano para limpiarme los ojos.
Es importante recordar que en todo momento es Maud la que nos cuenta lo que sucede, sus recuerdos, su preocupación por Elizabeth. Eso provoca que a veces sea repetitiva, o que no se entienda que nadie le haya dicho lo que ha sucedido con Elizabeth. Pero es que la memoria de Maud es así: olvida las cosas, y por tanto vuelve a ellas como si fuera la primera vez. Y tal vez alguien le haya dicho lo que ha pasado con Elizabeth. Pero lo ha olvidado y por tanto tampoco nosotros, los lectores, no lo sabemos. Lo que nos cuenta Maud no es fiable porque su memoria tampoco lo es. Maud es vulnerable porque su memoria la deja indefensa.

Y aunque aparentemente son personajes secundarios, está Helen, la hija de Maud, y Katy, su nieta. Delicadamente retratadas también, la paciencia de Helen, su (justificada) irritabilidad en ocasiones, su amor. Y Katy, cuya relación con su abuela está llena de simpatía, cariño y ternura, aportando momentos muy divertidos en la lectura. Tanto Helen como Katy (y la propia Maud) se me antojaron muy reales y creíbles y seguramente muchas personas en su situación se verán reflejadas en su comportamiento.

No me parece nada fácil escribir una historia desde la mente de una persona que avanza hacia la demencia senil. Sin embargo Healey consigue hacerlo con muchísima lógica, sensibilidad, e incluso con humor. Una hermosa, conmovedora y (también) divertida forma de abordar un tema que puede resultar tan doloroso. Si no te enfrentas al libro como si fuera un thriller, disfrutarás (y aprenderás) de Elizabeth ha desaparecido, y las punzadas que en ocasiones sientes se verán compensadas también por la dignidad, la simpatía (y empatía), el humor y la exquisitez con la que Healey nos habla de la ancianidad.
Es como siempre creí que sería envejecer.

martes, 1 de diciembre de 2015

Mentiras de mujeres (Liudmila Ulítskaya)

Título original: Skvoznaya liniya
Traductora: Marta-Ingrid Rebón Rodríguez
Páginas: 176
Publicación: 2002 (2007)
Editorial: Anagrama
ISBN: 9788433975249
Sinopsis: En este libro, que se presenta como una novela por entregas, la gran novelista rusa Liudmila Ulítskaya nos propone sutiles variaciones sobre la mentira femenina. Pues, según nuestra autora, las mentiras de las mujeres se distinguirían de las mentiras de los hombres, y estarían casi siempre desprovistas de finalidad. Zhenia, el personaje principal, es así confrontada a todo tipo de invenciones.
Puedes comenzar a leer el libro AQUÍ
Si tú no existes, nadie existe. ¡Tú existes! ¡Tú existes! ¡Si tú no existes, eres una mentirosa y una traidora!
No recuerdo cómo llegué a este libro, así que deduzco que ha sido el libro el que ha llegado a mí. Quizás el título tenga mucho que ver: ¿Mentiras de mujeres? ¿Hay mentiras de mujeres y mentiras de hombres? Sí, puede que haya sido por eso. O por las mentiras, sin más.

No hay respuesta a si hay mentiras de mujeres y mentiras de hombres o por qué mienten las mujeres. En verdad tampoco las buscaba (respuestas) porque intuyo que hay tantas como mentiras. Hay historias, historias de mujeres que mienten, y cuya receptora es Zhenia, el hilo común que une las diferentes historias hasta que convergen en ella misma.

En el prólogo, Ulítskaya nos dice:
Así como los hombres mienten de una forma práctica, con un fin, las mujeres lo hacen de pasada, por descuido, sin causa sin motivo, con ardor, de improvisto, poco a poco, sin orden ni concierto, desesperadamente, de modo completamente inmotivado... Aquellas que poseen ese don mienten desde la primera hasta la última palabra que pronuncian.
Así, Ulítskaya considera que la mentira es un don... Y hay cierto tipo de mentira que lo es, implica una creatividad extraordinaria, y además nunca es forzada, provocada. Es vivida como real por parte de quien la crea, sin más. ¿Por qué? ¿Para qué? Para embellecer la realidad, para dar salida a la idiota que se tiene dentro, por mitomanía, por enfermedad, para llenar vacíos, para que te quieran, para crearse y creerse una vida mejor… Robas y te apropias de recuerdos ajenos, los recreas, deformas los propios… te lo crees. Te inventas. En verdad yo tampoco tengo respuestas. Entiendo la creatividad, el adorno, la imaginación, el inventarse y hasta el reinventarse… pero no entiendo las mentiras.

Ulítskaya nos cuenta no una, sino varias historias con un ritmo ágil, ligero, quizás algo carente de profundidad. Presentado como un breve estudio sobre las mentiras de las mujeres, en realidad no busca dar respuestas, encontrar razones ni explicacionesTodos los personajes están creados con cariño e inteligencia, mujeres mitómanas que fabulan y transforman la realidad. A algunas de ellas no puedes evitar adorarlas, aun en la mentira, queriendo que la mentira sea verdad. Mentirosas compulsivas, adictas a la mentira, que se presentan ante los ojos de los demás disfrazando historias y presentando una realidad distorsionada pero más bella, más interesante y atractiva a los ojos de los demás. La mentira no deja de ser, entre otras cosas, una forma de evitar sentirte indefensa. Una forma de ser aceptada y comprendida.

No esperéis dilucidar cómo son las mentiras de las mujeres, en contraposición a las de los hombres. Hay historias, unas más hermosas y emotivas que otras. Hay una creación de personajes muy atractiva y tierna que me llamó (mucho) la atención. Un contar ameno y sugerente. Cierto desequilibrio en las historias. Y muchas mentiras. Y detrás de las mentiras siempre hay un misterio, un jeroglífico que descifrar. Y, probablemente, alguien débil que encuentra en la mentira su propia fortaleza. O quizás es que nos inventamos, sin más. Quién sabe dónde está la frontera entre quienes somos y quienes queremos mostrar a los demás. Juegos. Juegos dañinos en ocasiones.

¿A quién mientes? A uno/a mismo/a. Pero quien recibe las mentiras también se tambalea, como una cobaya que toma conciencia de ser objeto de un experimento, de una manipulación que sobrepasa el entendimiento. La mentira evita la indefensión en quien la vive y la cuenta, pero traslada esa indefensión a quien la recibe. A quien cree que la mentira, es verdad.

La mentira es un círculo vicioso cuyo peor defecto es clavar inesperadas y salvajes aristas en quien la recibe y se la cree. Un juego bello, peligroso y cruel.
Era como si le doliera una pierna amputada: algo que no existía. Un dolor fantasma. Peor aún: algo que nunca había existido.
A ti que, sin querer, me lo diste todo. 
Y, queriendo, me lo quitaste. 
Gracias por lo que de verdad pudo haber habido
y he vivido.



viernes, 13 de noviembre de 2015

En el lago de los Bosques (Tim O'Brien)

Título original: In the Lake of the Woods
Traductora: María Sonia Cristoff
Páginas: 296
Publicación: 1994 (1999)
Editorial: Anagrama
ISBN: 9788433908940
Sinopsis: John Wade, un prometedor político que acaba de sufrir una contundente derrota electoral, pasa unos días de descanso en una cabaña aislada en los bosques de Minnesota, con su esposa Kathy. Una noche ella desaparece. Y se plantean todas las hipótesis: ¿Se ha marchado voluntariamente? ¿Se ha perdido en el laberinto natural de los alrededores del lago? ¿Se ha ahogado? ¿Huía de su marido? ¿La ha asesinado él? Cuando el sheriff pone en marcha la investigación, afloran todos los demonios del pasado: la infelicidad conyugal, las infidelidades y sobre todo la atroz experiencia en Vietnam del marido, un hombre que de niño soñaba con ser mago y acabó participando en la tristemente célebre matanza de civiles de My Lai.

Lo que me impulsa a seguir, soy consciente de ello, es un enorme deseo de forzar la entrada a otro corazón, de superar los obstáculos de las leyes naturales, de realizar milagros de conocimiento. Así es la naturaleza humana. Estamos fascinados, todos nosotros, por la implacable alteridad de los otros.
Aunque no suelo frecuentar la novela bélica hace tiempo leí (y conté) Las cosas que llevaban los hombres que lucharon, de Tim O’Brien, un libro que me sorprendió mucho y bien. Y quise repetir con el autor, así que me fui a un lago en los bosques, en parte porque es también un lugar en el que ahora quisiera estar (o, más bien, perderme). Y el planteamiento del autor me ha vuelto a sorprender.

En principio parece que estamos ante un thriller. Pero en realidad ¿qué es un thriller? La RAE no nos aporta nada al respecto, pero posiblemente en la mente de todas y todos esté un género en el que hay intriga, suspense, un (presunto) crimen, una investigación policial… Y estos elementos están: hay una persona que desaparece, no sabemos si asesinada o no, un sheriff, una búsqueda…

Pero no todo es lo que parece. Como en la vida misma, que nada es lo que parece ser, tal vez estemos, o tal vez no, ante un libro que parece una cosa y resulta ser otra sin dejar de ser lo que dice ser.

Las guerras. Lobo no come lobo. Pero hombre si mata (y algunos hasta comen) hombre. Acabo de escribir esto y volver a leerlo y me he estremecido. Las guerras nos parecen tan lejanas… Y sin embargo siempre hay una guerra activa en el mundo. Pero nuestra zona de confort nos protege de ellas de la forma más fácil y cómoda: por la vía de la ignorancia. Lo que no nos afecta no existe. Lo que no miro, lo que no sé, tampoco. Un mecanismo, la indiferencia, que evita el daño individual pero hace un daño colectivo terrible. También individual en verdad, pero no quiero irme por los cerros de Úbeda. Y estoy muy cerca (de los cerros).

Las guerras dejan secuelas. Y las secuelas no miran bandos ni vencedores ni vencidos. Todos son perdedores. Las secuelas no eligen aquí o allá, este o aquel. Simplemente hacen lo suyo, emponzoñar el alma, instalarse en ella. Cómo gestiona cada cual las secuelas es un mundo, un laberinto emocional, normalmente impenetrable. No siempre se gestionan bien, no siempre se exteriorizan, no siempre se es consciente de ellas…

Sobre las secuelas que la guerra de Vietnam, y concretamente la matanza de My Lai, han prendido (con doble acepción: agarrar y encender) en John Wade es sobre lo que habla Tim O’Brien en El lago de los Bosques. Pero no sólo de eso. También habla de relaciones familiares, relaciones de pareja, el poder, el éxito y su alter ego (la derrota), la soledad, la (in)comunicación, los silencios… Para ello O’Brien tira de recursos literarios, de experimentación en cuanto a estructura narrativa, pero sobre todo tira de crear un protagonista, John Wade, tremendamente complejo y rico como personaje. John Wade, el mago que era el espejo de sí mismo.

Me ha gustado mucho cómo O’Brien aborda la magia, lo que suponen los trucos de magia para un niño y cómo ese niño se transforma en adulto sin dejar de ser un mago. Todos somos magos. Usamos trucos. También me ha agradado cómo aborda los silencios, lo que callamos, los secretos que circulan por nuestras venas y que no asoman a las palabras, a veces por no saber cómo y otras por no saber a quién volcarlas… Lo que callamos, aunque sea a gritos, termina por ser el traje que da cobijo a nuestra soledad. No sólo secretos, también los “y si…”, los “hubiera debido de…” La culpa, vaya. Algunos dirían autoflagelarse, otros dirían que es no renunciar a ser ellos mismos, o al menos no renunciar a conocerse y no esconderse de sí mismos. Simulamos, andamos por la superficie… Siempre le ponemos nombre a todo ¿no?

No busquéis respuestas. Os vais a encontrar muchas preguntas y eso convierte este libro (que bien podría haberse titulado Los hombres que fingieron no saber las cosas que sabían) en un buen libro.
¿Es que la verdad puede ser tan simple? ¿Y tan terrible?
Pues sí. Ya se sabe que la verdad, lo que no tiene, es remedio. Manque nos pese.
©AnaBlasfuemia

lunes, 9 de noviembre de 2015

Memoria por correspondencia (Emma Reyes)

Páginas: 240
Publicación: 2012 (2015)
ISBN: 9788416213221
Sinopsis: En 1969, Emma Reyes envió a un amigo historiador la primera de las 23 cartas en las que le revelaba cómo había transcurrido su infancia. Durante más de tres años su amigo recibió la correspondencia, leyó los dolorosos recuerdos de la artista y llegó a un acuerdo tácito de confidencialidad que solo rompió cuando decidió mostrarle los textos a Gabriel García Márquez, quien animó a Reyes a seguir escribiendo. La correspondencia se mantendría hasta 1997 cuando se escribió la última carta del libro. Con una escritura que brilla por su honestidad y por su distanciamiento de lo pretencioso, Reyes describe las adversidades que vivió durante su infancia en Colombia a comienzos del siglo xx, la mayor parte de la cual transcurrió en un convento.

Podéis leer las primeras páginas (el prólogo y la primera carta) AQUÍ.

Empecé a leer este libro con la cautela propia de quien tiene muy buenas referencias de lo que tiene entre manos. Pronto mi cautela se quedó en agua de borrajas y me encontré entregada a la lectura. Los ojos bien abiertos y mi conciencia recordándome de forma persistente que estaba ante una autobiografía. Realidad, no ficción. Realidad superando cualquier ficción posible.

Mientras lo leía pensaba en cuántas personas rechazarán este libro por ser autobiográfico y por contar una realidad descarnada. Y me preguntaba si en el caso de que se presentara este libro como ficción esos lectores potenciales se acercarían entonces a él. No me he respondido a mis propias preguntas. Creo que preferí no hacerlo.

La realidad es muchas cosas, pero también es cruel, nos guste o no. La que le ha tocado vivir en su infancia (que es el período que abarca Memoria por correspondencia) a Emma Reyes es, sin duda, feroz y brutal. Y sin embargo, no hay ni la menor intención de que el lector sufra ni compadezca. Ni un ápice de aliño para provocar lágrimas. ¿Está contado con frialdad? En absoluto. Está contado sin alardes y, lo más admirable y conmovedor, sin rencor.

Las virtudes de Memoria por correspondencia son diversas. Está despojado de todo intento de hacer literatura, ni siquiera hay el propósito de estar bien escrito (recordemos que son cartas escritas a su amigo Germán Arciniegas) y curiosamente eso aproxima este libro a la buena literatura. Narra unos hechos, no hay añadidos literarios ni trampas emocionales, nada de edulcorantes para amortiguar la crueldad ni tampoco acidez para endurecerla. Y cuando no se requieren de artificios para que lo que estás leyendo te atraviese y te estalle por dentro es que estás comunicando, estás haciendo literatura. La literatura no tiene leyes, no las tiene para el lector, si un libro emociona, golpea, estremece, agita, conmueve, entretiene, arrastra, te hace ser más, te hace sonreír, llorar, crecer, vivir, soñar, desear, te zarandea… Si un libro te hace sentir viva, te muestra los vericuetos y la inmensidad de la humanidad… para mí, eso, ya es literatura.

Sí, es ella, la realidad. La brutal realidad vivida por Emma Reyes siendo una niña (los hechos contados abarcan desde los cuatro a los once años de edad). Y ahí está otra de las claves de esta lectura: Emma Reyes parece contarnos todo en tiempo real, como si hablara de su presente y no de su pasado, como si se tratara de un diario en lugar de una correspondencia. Es decir, vuelve a ser la niña que vivió primero con la señorita María (sobre la que su hermana y ella tardan más de 20 años en mencionar a alguien) y luego en un convento. Encerrada siempre, aislada del mundo. Es la niña Emma quien nos va contando sus vivencias, y esa mirada es esencial para entender porqué esta lectura se eleva por encima de muchas (muchísimas) otras. Porque hay brutalidad, indignidad, hambre, injusticia, barbarie, sinrazón… pero también hay ternura, humor, ingenuidad, inocencia, imaginación, coraje, fuerza, naturalidad, ingenio…

Aunque hablamos de principios del siglo XX historias como las que comparte Emma con nosotros están sucediendo ahora mismo, mientras yo escribo esto y vosotros lo leéis. Pobreza, injusticia, machismo, miseria… y ellas, las monjas. Y los curas. La iglesia. Estoy a punto, muy a punto, de soltar una diatriba sobre el daño atroz que ha hecho la iglesia católica, pero no lo voy a hacer porque me consta que dentro del catolicismo hay también buena gente que ha hecho y hace mucho bien, aunque tengan que curar las heridas y el menoscabo que sus congéneres provocan.

En este libro se destapan (por si alguien no lo había visto o no lo ha querido ver) muchas de esas heridas profundas que se han causado bajo la bandera del cristianismo, pero también provocadas por miras estrechas y miradas que no quieren ver. La pobreza e ignorancia como caldo de cultivo para el abuso y la esclavitud de niños. De niños. Pocas cosas hay más inhumanas que la crueldad con los niños.

El alma humana es, por naturaleza, indómita. Que parece que no, pero hay quien es fiel a esa faceta brava, libre y audaz de nuestra esencia. Emma Reyes fue analfabeta hasta los 18 años. Jamás pasó por colegio ni universidad. Pero de su encierro hizo virtud: su enloquecida y libre imaginación se convirtió en su mejor aliada. Salió (huyó) de su reclusión, caminó, no paró de andar, se asentó en París y se convirtió en una prestigiosa y reconocida pintora, desde donde acogió y ayudó a otros artistas colombianos.

Honesta, cándida, generosa… Emma Reyes supo vivir su día a día creciendo, llena de curiosidad y preguntas, pese al tormento que supuso para ella su infancia y el vivirla tantos y tantos años en silencio, un secreto bajo mil llaves. Y cuando abrió esa puerta, no quiso que se hiciera público hasta después de su muerte.

Habréis observado que no he puesto ninguna cita, y no es que no haya subrayado el libro, que va a ser que sí y mucho. Quien quiera entenderlo, tendrá que leer el libro.

Me quito el sombrero, agradecida y admirada.
Es verdad que mi pintura son gritos sin corriente de aire (Emma Reyes)