viernes, 31 de octubre de 2014

El misterio de Gramercy Park (Anna Katharine Green)

Título original: That Affair Next Door
Traductores: Rosa Sahuquillo Moreno y Susanna González
Páginas: 400
Publicación: 1897 (2014)
Editorial: dÉpoca
ISBN: 9788493897291
Sinopsis: La acaudalada familia Van Burnam regresa de un viaje al extranjero al mismo tiempo que aparece una mujer muerta en el salón de su casa. Un gran aparador ha caído sobre ella aplastando su cara, y aunque la policía sospecha que la víctima es la esposa de uno de los hijos del señor Van Burnam, éste insiste en que no la reconoce. ¿Qué hacía la mujer en una mansión que permanecía cerrada? ¿De quién son las extrañas prendas que llevaba puestas? ¿Estaba muerta antes de caer sobre ella el aparador?... En El misterio de Gramercy Park una solterona de mediana edad, la señorita Butterworth, se convierte en detective aficionada cuando un extraño asesinato tiene lugar en la mansión contigua a su vivienda. Así da comienzo una compleja investigación llena de giros equivocados y con una intrigante trama que mantiene en vilo al lector hasta la última página.
Puedes empezar a leer AQUÍ


Hace tiempo que tenía ganas de leer algún libro de la editorial dÉpoca. Había visto sus libros y me parecían unas ediciones preciosas, cuidadas y muy dignas. Pero no quería ir a ciegas, aunque en verdad todos sus libros me tentaban. Así que mientras iba deshojando la margarita de por cuál decidirme, fue pasando el tiempo. Y entonces vi este libro en el que leo:

Obra maestra de la «madre de la novela de detectives», Anna Katharine Green, conocida como la Agatha Christie de la época victoriana.
¡Quieta! ¿Precursora de Agatha Christie? Mi querida Agatha me ha dado tantos buenos momentos de lectura que no pude dejarlo pasar. Además, tenía ganas de una novela de suspense y misterio de las clásicas, de las de toda la vida. Nada de CSI y zarandajas. Y al poco me entero que la introducción, detallada, elaborada y precisa, corre a cargo de nuestra Carmen, así que no me hizo falta más.

Nuestras abuelas tendrían que decir muchas cosas sobre la cocina tradicional, esa en la que se cocía todo a fuego lento, sin prisas ni argucias artificiales. Productos naturales, de la tierra, del mar, cuidados y condimentados con cariño y paciencia. También con imaginación, pero sin artificios. La cocina actual es la imaginación, las sutilezas, la creatividad, el adorno, la ingeniería gastronómica y, sobre todo, minimalismo y estética. Técnicas modernas al servicio de los fogones. Pero no es lo mismo. El mimo, la contundencia, la claridad y honestidad de la cocina tradicional es para mí un valor seguro.

¿Qué por qué hablo de cocina? Pues porque la comparación entre cocina tradicional y moderna me viene al pelo para hablar de este libro, en el que la trama detectivesca es absolutamente tradicional. Aquí no hay modernos laboratorios en los que se investiga el ADN de una uña o una gota de sangre, se hacen búsquedas en bases de datos impresionantes, técnicas forenses avanzadas… No. En El misterio de Gramercy Park todo es a pelo: datos, hechos y mentes pensando, deduciendo, encajando piezas ante un puzzle de informaciones varias.

Cuando no hay análisis biológicos ni entomología forense ni identificación genética… la única pericia es la de la lógica deductiva, el sentido común, el conocimiento del alma humana y la habilidad psicológica de quien investiga. Eso es lo que nos vamos a encontrar en El misterio de Gramercy Park.

La señorita Butterworth será nuestra detective, la protagonista absoluta de este libro. Enfrente, no tanto en colaboración, sino jugando al gato y al ratón, estará el detective Gryce. Rivalizando ambos por resolver el misterio. ¿Y por qué rivalizan?. Básicamente, según lo veo yo, por una cuestión de machismo: un hombre y una mujer no pueden colaborar en la resolución del misterio, sólo pueden rivalizar intentando derrotar a su contrario. Las mujeres de esa época no podían pensar por sí mismas, faltaría más. Y para encima una mujer solterona ¡si ni siquiera ha sido lo suficientemente inteligente como para encontrar marido!.

La señorita Butterworth no tiene abuela, ni falta que le hace. Eso nos va a quedar claro desde el principio. Ni problemas de autoestima, faltaría más. Aunque a veces resulta irritante, encuadrado en la época y lugar, resulta divertida y, a su modo, valiente. Confía en sí misma, y en ese sentido se hace más cercana, puesto que esa confianza a veces le hace enfrentarse a lo establecido en cuanto al papel de la mujer (aunque ella misma critica a las mujeres que se salen de lo aceptado socialmente, como estricta seguidora de las leyes que es). Y en verdad aunque nuestra protagonista sea absolutamente snob y clasista, también es inteligente, una capacidad que no parecía estar en el ADN de las mujeres de esa época. No porque no lo fueran, sino porque que además se note ya era harina de otro costal. Eso no estaba bien visto. Y es que en El misterio de Gramercy Park vamos a ver retratada de forma precisa y detallada la sociedad de Nueva York en la época victoriana, a finales del siglo XIX, la ambientación es magistral y las delicadas ilustraciones de Louis Malteste nos permiten visualizar toda la trama como si estuviéramos ante una película.

En estas novelas clásicas de misterio y suspense es inevitable que formes parte del equipo investigador, al fin y al cabo dispones de todas las herramientas necesarias, tienes mente curiosa, lógica y ganas de descubrir qué ha sucedido. Es verdad que a veces nos falta información, pero en este caso no es tanto la falta de información (que no se nos escatima) lo que nos puede despistar, sino la capacidad de sorprendernos de Anna Khatarine Green, que mantiene el pulso no sólo durante todo el proceso de investigación sino en la resolución del mismo.

Porque eso sí, al final el orden se restaura. Puede que algunas mujeres, como nuestra señorita Butterworth se salgan de madre, de lo establecido (aunque no lo pretenda). Pero la maldad nunca quedaba impune. El orden al final siempre se mantiene, algo que agradece Amelia Butterworth, férrea defensora de lo establecido, en lo que al bien y al mal, lo correcto y lo incorrecto, se refiere

Un libro que he catado con el sabor de lo cocinado con paciencia y buen hacer, sin trampas ni cartón y sin prisas, con todos los ingredientes necesarios para que finalmente la digestión sea agradable y te quedes satisfecha. En este género, me gusta lo clásico. Un crimen se puede resolver sin laboratorios ni técnicas ultramodernas. Ni siquiera hace falta una acción galopante en la trama, la propia intriga te hace mantener la atención con la misma intensidad. Un libro saboreado, entre fogones, a fuego lento. 



miércoles, 29 de octubre de 2014

Reto de Escritoras Únicas: Djuna Barnes


Djuna Barnes (Nueva York, 1892-1982) decía de sí misma “soy la más famosa de las escritoras desconocidas”. A fecha de hoy, sigue siendo así, Djuna Barnes es una de las escritoras desconocidas más reconocida mundialmente.

Nacida en un ambiente de artistas, y criada fundamentalmente por su padre y su abuela (sus padres se divorciaron en 1913) no recibió una educación al uso, puesto que su padre no creía en la educación pública, así que fue educada en su casa (lo que ahora se llama homeschooling), donde se le transmitió fundamentalmente amor al arte y a la libertad. No obstante, la propia Djuna pidió poder estudiar arte, posiblemente para salir del encierro al que estaba sometida, un encierro muy artístico, pero que la aislaba del exterior. Claro que algo tendría que ver que a los 16 años fuera violada, presuntamente por un vecino y con consentimiento de su padre, puede que incluso él mismo la violara.

El padre, un espíritu libre, acabaría dejando a Djuna en manos de su abuela. Con 20 años se traslada a Nueva York con su madre y sus hermanos, pese a no tener estudios es una persona con recursos y enseguida consigue trabajo como ilustradora y periodista y se codea en el Greenwich Village con Eugene O’Neill y Gertrude Stein. En 1921 la revista en la que trabajaba la envía a Paris a entrevistar a americanos expatriados y vanguardistas. Djuna era una excelente entrevistadora, moderna y adelantada a sus tiempos.

Sería en Paris donde viviría su época más esplendorosa, frecuentando la amistad de Ezra Pound, James Joyce, Gertrude Stein, Robert McAlmon, Hemingway, Scott Fitzgerald, Natalie Barney, Peggy Guggenheim, Kay Boyle, Eugenio Montale o Janet Flanner (Genet).
Ilustración de James Joyce realizada por Duna Barnes
Cuando llegó a París ya había publicado El libro de las mujeres repulsivas (The Book of Repulsive Women: 8 Rhythms and 5 Drawings, 1915) y alguna obra de teatro. En 1922 realiza una célebre entrevista a James Joyce para el Vanity Fair y posteriormente publica A book. En 1928 publica Almanaque de las damas (Ladies Almanack), una inteligente y brillante sátira sobre el lesbianismo parisino de aquella época.

Su obra más conocida y vanguardista, y sin duda una obra maestra del S. XX es El bosque de la noche (1936), una obra claramente identificada como autobiográfica, donde los distintos personajes son reconocibles como personas que la rodeaban y donde ella misma es identificada como la protagonista, Nora Flood. El bosque de la noche es un libro sobre amores imposibles, la autodestrucción y los riesgos de la noche.

El gran amor (por algunos considerados como su desliz lésbico) de Djuna Barnes fue Thelma Wood (Robin en El bosque de la noche), con quien mantendría una tormentosa relación durante 8 años. Djuna no se consideraba lesbiana, puesto que según ella sólo amó a Thelma, aunque también solía declarar que amaba a las personas y no al género al que pertenecen. Thelma era infiel y Djuna no tenía un carácter fácil, lo que convertía la relación en turbulenta. De hecho, en esa época Djuna Barnes comenzó a beber y pocos años después de publicarse El bosque de la noche, Djuna tenía graves problemas con el alcohol, llegando a intentar suicidarse en 1939 y teniendo que ser ingresada en diversas ocasiones a causa de sus crisis nerviosas.
Djuna Barnes y Thelma Wood
Su amiga y mecenas Peggy Guggenheim (heredera de una gran fortuna al fallecer su padre en el Titanic) le asignó una paga y en 1940 la embarcaría a Nueva York, y su familia la ingresa en un sanatorio, algo que Djuna nunca les perdonó. Finalmente se encerraría en su apartamento de Greenwich Village, donde permanecería aislada los últimos 40 años de su vida. Y lo de encerrarse no es una manera de hablar, se negaba a ver a nadie, especialmente a mujeres. Ni siquiera consiguieron acceder a ella dos ilustres admiradoras de Djuna: Anaïs Nin y Carson McCullers, que aporrearon incesantemente su puerta sin conseguir traspasarla. Hay que decir que Djuna Barnes pensaba que las mujeres eran malas escritoras y que sólo había habido dos buenas escritoras: Emily Brontë… y ella misma.

El carácter de Djuna no era fácil, tenía una personalidad compleja y muy fuerte, apasionada, desorganizada, depresiva, rebelde, libre, inteligente, transgresora, talentosa, perfeccionista y tremendamente sarcástica (en los últimos años de su vida, si le preguntaban cómo estaba contestaba “Desmoronándome, gracias”). Parte de esa desorganizada forma de vivir fue la causante de que no se conociera toda la obra de Djuna en vida y alguna fuera recogida póstumamente, aunque en un momento de su vida permitió que un joven amigo se hiciera cargo de sus finanzas y sus poemas, con lo que se consiguió organizar un poco su producción. Poco antes de fallecer, a los 90 años, tuvo que ser ingresada por desnutrición, no se sabe si se le olvidó comer o si fue un ayuno voluntario…

Marilú nos presenta a Sigrid Undset
Meg nos presenta a Gertrude Stein
http://loqueleolocuento.blogspot.com.es/2013/12/reto-escritoras-unicas.html



lunes, 27 de octubre de 2014

Cuatro hermanas (Jetta Carleton)


Título original: Moonflower vine
Traductora: María Teresa Gispert
Páginas: 416
Publicación: 1962 (2009)
ISBN: 9788492663040
Sinopsis: A principios de los años cincuenta, Matthew Soames, maestro en un colegio rural, y su mujer, Callie, disfrutan del final del verano en su granja de las afueras de Renfro, Missouri, en la que criaron a sus cuatro enérgicas hijas: la mayor, Jessica; Leonie, la más responsable; la indómita Mathy, que dejó sus estudios para casarse con un piloto acrobático, y la pequeña Mary Jo, que abandonó la granja muy joven para trabajar en la televisión en Nueva York. Como cada año, tres de sus hijas acuden a visitarles durante unas semanas. El final de su estancia hace aflorar los recuerdos: las alegrías, decepciones, amores y desengaños que marcaron el paso del tiempo y que parecen haber dominado la vida de las cuatro hermanas. Sin embargo, más allá de lo ocurrido late el profundo amor que los ha mantenido unidos durante todos esos años.

A este libro he llegado por el Reto Serendipia Recomienda 2014 (y con este ya llevo dos), concretamente era una recomendación de loquemeahorro. A ello se añadía una recomendación directa de alguien a quien siempre tengo en cuenta sus encomiendas, aunque se crea que no. Así que allá que me fui a esta lectura, sin tapujos ni barreras.

Y mira por donde, esta lectura me ha creado un grave conflicto. Porque la base de este blog es que lo que leo, lo cuento. Ese es el espíritu, contar lo que leo, a mi manera. Y resulta que con este libro me ha pasado que, al terminar la lectura… ¡no tengo nada que contar!. ¿Es porque no me ha gustado?, pues no, no es por eso, mentiría si dijera que no me ha gustado. Es sencillamente que lo terminé de leer y no tenía nada que decir, ni bueno, ni malo ni todo lo contrario. Y eso me dejó desconcertada, así que al final me he sentado delante del ordenador dispuesta a solucionar este problema, porque tengo miedo de no ser capaz de recuperar la esencia de este blog, que últimamente anda tambaleante. Lo haré con ánimo contable, necesito que me salgan las cuentas.

En su haber:

. Es un libro que va in crescendo, de menos a más. Mucho mejor la segunda mitad que la primera (este es un punto a repartir entre haber y debe)
. Los numerosos diálogos, bien construidos y muy ágiles, facilitan la lectura, son una parte importante de la columna vertebral de este libro.
. Es una historia absolutamente normal y real, personajes creíbles, historias reconocibles, emociones humanas y habituales.
. Hay personajes muy bien dibujados, sin necesidad de que la autora aleccione para que nos pongamos de un lado u otro. No nos dirige, sólo nos muestra. No hay trampa ni cartón.
. Nos muestra la evolución en el tiempo de una familia utilizando para ello a los distintos personajes, me pareció original y bien construida en ese sentido.
. Es tremendamente cercano, con muchos tics identificables. Todos tenemos familia, todos tenemos contradicciones, lastres y alegrías.
. Como no hay artificios, los buenos no lo son tanto y los malos tampoco. En la naturaleza humana está ser contradictorios y aquí no se libra nadie.
. Es un libro absolutamente transparente y noble, no hay dobleces, engaños, juegos ni recovecos.

En su debe:

. Cuesta meterte en la historia, ese primer apartado dedicado a introducirnos (a través de Mary Jo) a la familia y el entorno no capta lo suficientemente rápido nuestra atención. Y los principios son tan importantes. Aquí coloco la primera mitad del libro, demasiado lento para que termines de sentir que estás dentro.
. Y como me costó empezar, tar mucho en avanzar y superar ese inicio tan desangelado. Tuve que esforzarme, así es y así lo cuento. Es otro tipo de esfuerzo el que me gusta que se me exija en los libros.
. No entendía qué pintaba Mary Jo, me parecía absolutamente prescindible. Al final no es así, pero claro, hay que llegar (casi) al final.
. Cierta sensación de que los personajes podrían haber dado más de sí, pero la propia estructura del libro (cambiando de punto de vista y personaje) impide que los personajes terminen de agarrarse a tu alma lectora.
. Me siento muy identificada con esa sensación de estar lejos de la familia, como opción personal, y sin embargo necesitarlos y no saber qué hacer sin ellos. Pero no conseguí que esa sensación me traspasara, no sé si yo no la capté lo suficiente o Jetta Carleton me mantuvo a (demasiada) distancia.
. Que me haya provocado esa desazón de no saber qué decir al terminar de leerlo. Eso no se lo perdono, el brete en el que estoy ahora es de órdago :(

Saldo: Dos puntos más en el haber que en el debe. Eso debiera de inclinar la balanza al lado del sí, pero sin embargo sigue obstinada en permanecer neutra, ni a un lado ni al otro. ¿Por qué? El tema de las familias es un tema que nunca me deja indiferente, y la familia aquí mostrada no es una familia irreconocible, estrambótica, extraña, intachable, ajena… No, es una familia imperfecta, como todas, un rompecabezas con muchas piezas y con sus rebeldías, sus contradicciones, sus más y sus menos, sus defectos y sus virtudes, sus luces y sus sombras, sus alegrías y sus dramas… y por encima de todo, al final está lo de siempre: odias tanto como amas a tu propia familia, pero mientras que el odio o el rencor es pasajero, el amor a la familia siempre va a estar ahí, como algo tan inevitable como necesario.

Como el libro me dejó tan extrañamente muda, quise confirmar una sensación. Sabía que era el único libro escrito por la autora, y no porque la mujer no tuviera una vida relativamente larga: vivió 86 años y el libro lo escribió con algo menos de 30 años. Cerca de los 70 años comenzó a escribir una novela que parece no se llegó a publicar. ¿Por qué no escribió más esta mujer? fue la pregunta que me hice. Y aunque sólo son teorías que me monto en mi loca cabeza, pienso que no escribió más porque no tenía nada más que contar: contó su vida, no es que su vida inspirara el libro, es que contó su vida. Para confirmarlo quise comprobar algo: si Jetta era la menor de sus hermanas, si era Mary Jo… y, zas, así era. Ella era Mary Jo. Ya está, lo contó y ya no tuvo más que decir.

En definitiva, un libro que, gustándome, no me ha dado lo suficiente como para tener algo que decir de él. Pero como llegado el momento puedo enrollarme cuál persiana, algo he conseguido contar. Tengo que decir que todos los comentarios y reseñas que he visto de este libro son positivas, con lo que asumo mi responsabilidad: no es él, soy yo y la raruna que habita en mí. Y con mi desazón a cuestas me voy y os dejo con este libro que he leído y os he contado.
http://serendipia-monica.blogspot.com/2014/01/reto-serendipia-recomienda-2014-elige.html

martes, 21 de octubre de 2014

Olive Kitteridge (Elizabeth Strout)


Título original: Oliver Kitteridge
Traductora: Rosa Pérez Pérez
Páginas: 328
Publicación: 2008 (2010)
Editorial: El Aleph
ISBN: 9788476699317
Sinopsis: Olive Kitteridge es una maestra retirada que vive en un pequeño lugar de Maine, en Nueva Inglaterra. A veces dura, otras paciente, a veces lúcida, otras abnegadamente ciega, Olive Kitteridge lamenta las transformaciones que han agitado el pequeño pueblo de Crosby y la deriva catastrófica que va tomando el mundo entero, pero no siempre se da cuenta de los cambios menos perceptibles que afectan a las personas más cercanas: la desesperación de un alumno que ha perdido las ganas de vivir; la soledad de su propio hijo, que se siente tiranizado por los caprichos irracionales de Olive; y la presencia de su marido, Henry, que vive su fidelidad conyugal como una maldita bendición. Mientras la gente del lugar va afrontando sus problemas, sean leves o graves, Olive Kitteridge va tomando su conciencia de sí misma y de las personas que la rodean, muchas veces dolorosamente, pero siempre con una honestidad entrañable.


No tenía mucha referencia de este libro, salvo que había ganado el Pulitzer en 2009 y que lo tenían en mi biblioteca. Y la sinopsis de contraportada, que es la que he puesto. Me pareció que sería una lectura de personaje, que me suelen gustar, y tenía interés en esa toma de conciencia de sí misma de Olive.

Lo que no me esperaba es que en realidad Olive fuera no tanto la protagonista como el hilo conductor para tejer distintas historias, el punto en común de distintos personajes que iremos conociendo a lo largo de las páginas. Eso me despistó al principio, al ver que no sería la historia de Olive la única que conoceríamos, sino que en realidad son 13 retratos hilvanados con sutileza y que serán varias las historias y personajes a los que conoceremos, todos de Maine, todos con algún lazo de unión con Olive (amigos, exalumnos, conocidos, vecinos…).

En ese sentido el título del libro yerra y no juega a su favor, porque esperas encontrarte a Olive y sin embargo a veces aparece de forma muy secundaria en distintos relatos, casi de forma innecesaria, y más protagonista en otros. Eso hizo que me costara unas cuantas páginas hacerme con el ritmo y el pulso de este libro, mientras iba percibiendo destellos, luces y sombras, nostalgias… Claramente de menos a más, pero con ese lastre inicial del título y la sinopsis de contraportada. Me costó cogerle ritmo y he tenido la sensación de que no todos los personajes me interesaban por igual, algunas situaciones me han mantenido a distancia mientras que otras hubiera querido que duraran más, que esos personajes no fueran abandonados y sustituidos por otros, que esa historia y esa sensación me siguiera acogiendo. Pero no era así, Strout los deja en actores secundarios y eso finalmente ha pesado bastante.

Me ha gustado el estilo de Strout, mundano, detallista, fácil, certero, realista… En ese tablero que nos presenta, quizás lo que más me ha llamado la atención ha sido ese acento en lo cotidiano, en lo normal e íntimo, esas preguntas y cuestiones que nos planteamos, a veces de refilón, sobre la vida, el sentido de la misma, el lugar que ocupamos en ella, los afectos, las relaciones, las luchas del día a día, las rutinas que sostienen y a la vez golpean despiadadamente, la dichosa incomunicación (o comunicación cortocircuitada)…

Todo ello en un ambiente que quizás no me ha persuadido mucho, ligeramente desesperanzador, melancólico… Conmovedor en ciertos momentos, especialmente en esos pequeños gestos que engrandecen lo pequeño, es fácil reconocer esos elementos que en forma de interrogante a veces nos asaltan: quiénes somos, cómo nos vemos, cómo nos ven los demás, lo que quisimos ser y lo que somos. Las contradicciones con las que convivimos y asumimos con naturalidad pasmosa. Y por encima de todo, la “mala comunicación”. Cuánto callamos, cuánto decimos, cuánto damos por hecho que los demás debieran de saber. Y como no lo saben al final el reproche termina por aflorar. La vida compleja, la vida enmarañada del día a día, sin prestarle atención y sin embargo tejiendo su tela de araña, meticulosa y metódica, a base de silencios, gestos, detalles, miradas, esperanzas… Una elipsis de lo cotidiano en la que breves pinceladas son suficientes para que infieras la complejidad que subyace en lo aparentemente simple (por habitual)

No he podido evitar acordarme de La balada de Iza. Entre Iza y Olive hay muchas similitudes, especialmente la incomunicación, la frialdad, el no mostrarse, los recelos, la contención, la distancia permeabilizada… Aunque si bien a Szabó se le iba un poco la mano con Iza, sin embargo Olive es tratada con mucha condescendencia por parte de Strout, o al menos yo no conseguí ponerme de su lado salvo en contadas ocasiones y con poco compromiso por mi parte. Olive me ha parecido una persona coherente, de esas personas que creen que el mundo les debe algo y además sin necesidad de pedirlo, pero no especialmente honesta, salvo que confundamos honestidad con coherencia.

A pesar de ser emocionalmente profunda y sensible en muchas ocasiones, me quedo con la impresión de que este libro no me ha ofrecido todo lo que hubiera querido, quizás demasiado desigual, contrastes confrontándose en los dos extremos de la balanza sin encontrar un punto intermedio que equilibrara la lectura para darle ese toque que hubiera sido perfecto. Demasiada desesperanza y pesimismo, la sensación de ser el gris el tono general del libro, y quizás eso me ha impedido disfrutarlo lo suficiente. Me gustan las historias realistas, pero la realidad, pese a su complejidad, sus azotes, su lucha, sus idas y venidas, también es esperanza, reconciliaciones, encuentros, abrazos y tonos alegres. Pero también es verdad que refleja muchos aspectos terrenales y reconocibles con habilidad y acierto. Ahí, sí, me gustó y mucho.


lunes, 13 de octubre de 2014

La isla (Giani Stuparich)

Título original: L'isola
Traductor: José Ángel González Sáinz
Páginas: 123
Publicación: 1942 (2008)
Editorial: Minúscula
ISBN: 9788495587398
Sinopsis: Un hombre enfermo pide a su hijo que abandone por unos días las montañas en las que pasa el verano y le acompañe, quizá por última vez, a la isla adriática en la que nació. El reencuentro en ese paisaje luminoso, teñido de recuerdos, resulta decisivo para ambos. Uno descubrirá lo que significa dejar descendencia; el otro afrontará el sentido de la pérdida. 


 
La editorial Minúscula poco a poco va ocupando un espacio nada minúsculo en mis estanterías. Especializada en rescatar libros pequeños en tamaño pero gigantes en contenido, joyas que pasarían desapercibidas y que envuelven en cuidadas y minúsculas ediciones.

Hace tiempo que La isla estaba en la antesala y detrás también alguien que esperaba saber cómo me llegaba esta lectura. Aunque remoloneo mucho, no olvido que en mi caótico itinerario de lecturas hay algunos libros que son ineludibles, y que contienen una silenciosa promesa de ofrecerme argumentos para que la literatura siga siendo una parte (muy) importante en mi vida.

La historia es engañosamente sencilla, con esa sencillez profunda de las grandes cosas de la vida: Un hijo y su padre, con una enfermedad en fase terminal, hacen un último viaje a una isla del mar Adriático, lugar que vio nacer al padre. En el momento en el que el hijo recibe la petición para hacer este viaje, es consciente de que su padre se está muriendo. Pero con esa consciencia que tenemos en un primer momento de este tipo de situaciones: alejando lo inmediato de la conciencia, aceptando la muerte pero rechazando la cercanía, con ese silencio recalcitrante que anestesia nuestras emociones. El sol brilla, los días son luminosos, la muerte está, pero está lejos... Y acepta, cómo no, la invitación. Al fin y al cabo, aunque ahora vive en la montaña, el Adriático fue también su mar, su refugio y su amigo.

Desde las primeras páginas somos conscientes de que en este encuentro predominará el silencio, pero también la memoria y la añoranza. Veremos cómo un hijo se dará cuenta de aquello que debe al padre pero también de lo que el padre debe al hijo. Ese padre que durante la adolescencia era un dios, un conquistador seguro, poderoso y fuerte. Un faro protector y firme que ayudó al hijo a caminar lejos de acantilados, marejadas y abismos.

Al hijo los recuerdos le devuelven un padre vigoroso y vital. Al padre, esos mismos recuerdos le devuelven un niño con mirada asustada y suplicante. Este encuentro se antoja necesario para fusionar ambos recuerdos con la situación actual, como si pasado y presente ofrecieran imágenes invertidas de ambos y fuera necesario unificarlos para afrontar lo ineludible, devolviendo a ambos la fuerza necesaria para ello.

El padre como una raíz que nutre la propia vida del hijo. Pero si la raíz se pudre ¿dejará de nutrir la propia existencia del hijo? Ahora aquel dios titánico y sólido está teñido por la resignación y la tristeza, y su frágil y cansado cuerpo sólo es sostenido por la voluntad del resistente, pese al frío en las venas, pese a ceder terreno al inevitable fin. La voluntad es clara, volver a la isla es una necesidad sentimental, al igual que hacerlo con su hijo, que le sacó de su indiferencia en las relaciones familiares. Una mirada de su hijo, siendo niño, les conectó de forma indeleble con un cordón umbilical tan invisible como inquebrantable.

Y un día se dio cuenta de que entre los ojos asustados y suplicantes de aquel niño y el fondo mismo de su alma había una corriente que ya no podía ignorar ni mucho menos cortar sin envilecer su más íntima esencia.

Un padre, un hijo, tres voces. Stuparich alterna el punto de vista del hijo con el del padre, pero añade una voz que no nos va a ser ajena: la de la propia isla, su mar y su gente.

No nos va a dulcificar nada Sutparich, la muerte es una realidad ineludible. Tampoco busca el sentimentalismo ni el dolor gratuito. No hay fraude emocional ni tampoco dramas innecesarios, sólo la más absoluta realidad, radiografiada certeramente. Por mucho que el hijo ame al padre no podrá evitar su muerte, no hay falsas esperanzas al respecto. Es ese momento, ese exacto momento en que ambos deben asumir la muerte. Es tanto el encuentro entre ambos como el encuentro con la otra cara de la vida: la muerte. Si el padre debe de asumir lo inevitable, y lo hará desde el lado de la generosidad, el hijo debe de asumir y comprender que la muerte del padre no implica su propia muerte. No es necesario aniquilar las propias emociones ni invisibilizar el propio infierno personal, aislándolo de la realidad.

Leo no sólo para encontrarme, también para vivir más. Para comprender, descifrar, resolver. No me conformo con poco porque la vida da mucho. Por eso no eludo lecturas que nos ayudan a enfrentarnos al mayor de nuestros temores, la enfermedad y la muerte. Stuparich despliega una prosa tan poética como humana condensando en pocas páginas lo que, siendo una situación dolorosa, termina por ser un canto a la propia vida. Un libro que emociona pero que lo hace desde la calma y la serenidad, y que también te prepara para nuestro inevitable destino.

Vila-Matas considera que La isla es una obra magistral y no seré yo quien lo desdiga. Una lectura exquisita.

Ahora te toca a ti

viernes, 10 de octubre de 2014

La maldición de Eva (Margaret Atwood)


Título original: Curious Pursuits
Traductora: Montserrat Roca Comet
Páginas: 128
Publicación: 2005 (2006)
Editorial: Lumen
ISBN: 9788426421890
Sinopsis: Margaret Atwood, una de las grandes damas de la literatura anglosajona contemporánea, reflexiona en esta recopilación de textos sobre su condición de mujer y de escritora. Lúcida en sus opiniones y brillante en su prosa, Atwood aborda distintos temas, desde la invasión de Irak hasta George Orwell o Virginia Wolf, y con su absoluto dominio del lenguaje y sus inteligentes observaciones nos invita a releer algunas novelas para así redescubrirnos a nosotros mismos.

La vida es corta, el arte es largo, los motivos son complejos, y la naturaleza humana es infinitamente fascinante.

Cuando en 2008 Margaret Atwood ganó el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y dio su discurso me encontraba en Asturias, así que acercarme a la librería Ojanguren de Oviedo y comprarme un par de libros suyos fue tan inevitable como luego tomarme una sidra en la calle Gascona. Después de aquellos dos primeros libros (La mujer comestible y Ojos de gato) seguí comprando más, entre ellos La maldición de Eva que, por fin, me he decidido a leer.

El Reto de Escritoras Únicas (que estoy disfrutando como una niña) no sólo me ha llevado a conocer y leer más a algunas de las autoras incluidas en las tres listas, también me ha llevado a profundizar más sobre el papel de la mujer en la literatura. Y La maldición de Eva recoge ocho breves ensayos en los que se aborda el rol de la mujer en la literatura, no sólo como escritora, sino también como lectora e incluso como personaje protagonista.

Siempre que se habla del papel de la mujer, o la condición de mujer, y además en oposición al papel del hombre no puedo evitar ponerme en guardia. Temo a los tópicos en este tema como al hombre del saco siendo niña. Y si bien alguno he encontrado en estos textos, también es de justicia decir que predomina la cordura y la reflexión no exenta de autocrítica.

La maldición de Eva, o lo que aprendí en el colegio, el primero de los textos, comienza así:

Hubo un tiempo en que a mí no me habrían invitado a hablar para ustedes hoy. De hecho, no hace tanto tiempo.

No es una declaración de intenciones, es una realidad (y lo que es peor, en algunos casos es una realidad actual). En este primer texto es donde he encontrado más tópicos y alguna cosa que me hizo revolverme en el asiento. Es quizás el texto más espinoso de todos, por lo que no pude evitar pincharme levemente con alguna espina como esta:

Los escritores, tanto los hombres como las mujeres, han de ser egoístas para tener tiempo de escribir, pero las mujeres no están entrenadas para ser egoístas.

Me quedo de este texto con la idea de “modelos de comportamiento” y el recorrido por protagonistas mujeres a lo largo de la literatura, así como la reivindicación de los defectos de cada cual, personaje o persona.

En Crear el personaje masculino el tono es más humorístico pero no exento de mensaje: la novela sin ideología no existe, ni tampoco el crítico ni el lector sin ella, al fin y al cabo se interpreta lo que se lee (y lo que se escribe) según se es o se vive. Leemos como somos y tampoco el escritor no es ajeno a sí mismo, sus valores, su ideología… a la hora de escribir.

Nueve comienzos, uno de los textos que más me ha gustado, hace referencia a las nueve veces que tuvo que empezar el texto en el que contestaba a una pregunta: ¿Por qué escribe usted? Y le cuesta contestarla porque, ella misma lo dice, no tiene nada que decir sobre el tema. De este texto hubo una cosa que me llamó la atención porque me encontré con una idea que había visto ya en Elizabeth Hardwick. En Noches insomnes, Hardwick venía a decir que en el proceso de escritura es necesario que se produzcan varios textos decepcionantes, y que en cualquier caso eso siempre sería el principio de algo que hay que continuar. O sea, no abandonar, persistir… Pues Atwood viene a decir lo mismo, y lo dice así:

Durante el proceso de elaboración de un texto se produce cierto porcentaje de fracasos. La papelera se ha inventado para algo. Piensen en ella como en el altar de la musa del olvido a quien ofrecen sus chapuceros primeros esbozos, símbolo de sus imperfecciones humanas. Ella es la décima musa, aquella sin la cual ninguna de las otras podría actuar. El don que ella les ofrece es la libertad de la segunda oportunidad. O de tantas oportunidades como necesiten.

Y es que una de las virtudes de este libro es que va dirigido tanto al lector como al escritor, al que pretenda serlo o a quien, simplemente, le guste escribir sin más pretensiones.

Villanas de manos manchadas. Los problemas del mal comportamiento femenino en la creación literaria es otro de los textos que me han entusiasmado y del que he extraído una lista de lo que las novelas no son y los “¿cómo?” que habría que responderse si quieres escribir una novela

En La mujer indeleble nos encontramos a Virginia Woolf, concretamente su Al faro. Me gustó especialmente porque transmite muy bien el valor de las relecturas y cómo los libros tienen, también, su momento para ser leídos. Evolucionamos, cambiamos, aprendemos… La vida nos va preparando para algunos libros, por eso algunas lecturas que en su momento no fueron, luego… son.

Situaciones ridículas, un texto divertido, irónico y autocrítico de alguien que sabe quién es y no se esconde de sus propias imperfecciones.

En George Orwell. Algunos nexos importantes analiza Rebelión en la granja y lo importante que fue en su momento para ella esa lectura, así como otras distopías clásicas como 1984, El cero y el infinito, Un mundo feliz… para enlazar con la pérdida de libertad a raíz del 11 de septiembre.

Carta a América es una emocionante y valiente carta a una América cuya sociedad se desvanece, alejándose de los grandes mitos que la han construido (desde Mickey Mouse o el Pato Donald a Huckleberry Finn, Beth y Jo de Mujercitas, Thoreau, Walt Whitman, Chandler, Faulkener, pasando por Ella Fitzgerals, Elvis, Marlon Brando, Bogart…

Este último texto supone un crítico, audaz y brillante cierre a una lectura muy interesante, amena, accesible y sensata. Atwood es una autora versátil e irónica que tiene la cualidad que de sus textos siempre extraes varias conclusiones. Y vuelves a releerla y le sigues sacando punta a los diversos temas que aborda. Porque no sólo de ficción vive el lector. No le tengáis miedo por ser un libro de ensayos, Atwood es divertida, valiente, directa y agradable, y aunque no se esté de acuerdo con todo lo que dice, eso genera también un debate interno necesario.
Si escribir novelas, y leerlas, tiene algún valor de redención social, tal vez es porque obliga a imaginar cómo es ser otra persona

lunes, 6 de octubre de 2014

Aromas (Philippe Claudel)


Título original: Parfums
Traductor: José Antonio Soriano
Páginas: 160
Publicación: 2012 (2013)
Editorial: Salamandra
ISBN: 9788498385045
Sinopsis: El perfume intenso de la tierra negra, de los ríos oscuros y los bosques de abetos de su Lorena natal; la fragancia de la loción de su padre, en contraste con su ausencia en la casa inodora y vacía tras su muerte: tan sólo una muestra de la infinita variedad de olores asociados a los objetos, lugares y gentes que jalonan una vida. Aromas del hogar familiar, de la adolescencia, del internado, de los primeros amores. Olores que fascinan, que incomodan, que hacen soñar, y que van conformando la identidad de un ser humano, cada uno de ellos convertido, mediante la prosa traslúcida y elegante de Claudel, en un elixir mágico que fascina por la fuerza de su pureza y sencillez. Más allá de un mero ejercicio de introspección intimista, estos textos son un homenaje a la tierra que lo vio nacer, a las personas relevantes de su vida, así como una celebración de todos aquellos instantes de plenitud con que suele regalarnos la existencia.
Cada letra tiene un aroma, cada verbo, una fragancia. Cada palabra trae al recuerdo un lugar y sus olores. Y el texto que tejemos poco a poco, al azar duplicado del alfabeto y la memoria, se convierte en el maravilloso y perfumado río, mil veces ramificado, de nuestra vida soñada, de nuestra vida vivida, de nuestra vida por vivir, que nos lleva y al mismo tiempo nos revela.

Supongo que muchos de vosotros habréis oído hablar de la magdalena de Proust. Hace referencia a un fragmento que aparece en Por el camino de Swan, el primer tomo de En busca del tiempo perdido, en el que podemos leer:
En el mismo instante en que ese sorbo de té mezclado con sabor a pastel tocó mi paladar… el recuerdo se hizo presente… Era el mismo sabor de aquella magdalena que mi tía me daba los sábados por la mañana. Tan pronto como reconocí los sabores de aquella magdalena… apareció la casa gris y su fachada, y con la casa la ciudad, la plaza a la que se me enviaba antes del mediodía, las calles…
Y así, “la magdalena de Proust” pasó a simbolizar ese fenómeno que consiste en que una experiencia sensorial desencadene nuestros recuerdos. El poder evocador de los sentidos, concretamente el del olfato, algo de lo que ya hablamos a propósito de mi anosmia. Porque más allá de la pérdida de la belleza aromática de algunos olores, si algo realmente me duele de esta dichosa anosmia, es ese agujero negro en mi memoria, la imposibilidad de hincarle el diente a esa magdalena de Proust que me haga evocar personas, lugares, momentos… Una vía de acceso a mi propio pasado. Y si el pasado nos construye, mi identidad está tambaleante sin esa puerta que me permita acceder a lo que soy a través de lo que fui y viví.

Que quiero a Philippe Claudel ya lo dije cuando hablé de La nieta del señor Linh. Que cada uno de sus libros va a ser para mí un seguir queriéndole más es algo de lo que no tenía ninguna duda. Ya me gustaba antes de leerle. Una rara habilidad la suya, o una inusitada intuición la mía.

Cuando me propuse leer Aromas, hubo quien pensó que quizás pudiera ser un libro algo doloroso para mí. Nada más lejos de la realidad. Me lo tomé como una especie de terapia. Confío ciegamente en Claudel, porque conecto con su sensibilidad como si fuera un espejo que me devuelve la mía. Confiaba en que me daría una especie de muleta olfativa, una nariz imaginaria por la que volvería aspirar, incluso esnifar, recuerdos a mansalva.

Ha sido brutal. De una forma que no sé, no puedo, transmitir. La memoria olfativa de Claudel, deliciosamente desgranada en 63 breves capítulos, ha reactivado la mía con dulzura, precisión y delicadeza. Nostalgia rescatada con manos de alquimista por parte de Claudel, en un mosaico de olores y memoria convocada.

Claudel nos trae un diccionario de recuerdos, un abecedario de aromas, desde la A a la V, un recorrido de personas, objetos, lugares y momentos vividos (principalmente de su infancia y adolescencia) a partir de los olores a los que están asociados. Y es inevitable, absolutamente inevitable, que en ese recorrido al pasado de Claudel, tú no hagas tu propio inventario, que sus recuerdos te traigan los tuyos, que su abecedario olfativo reconstruya tus propios aromas alojados en algún rincón de la memoria. Un sendero de fragancias y recuerdos que recorres trazando la geografía de tu propia existencia.

Y así, mi olfato, mi nariz abandonada, derrotada, ausente… cobra vida entre sus palabras, página a página, recuerdo tras recuerdo. Un olor, un recuerdo. Un capítulo, un reencuentro. O varios. Vuelven a mí la resina de los pinos, Old Spice, truchas, hogueras, porros y otras drogas, queso cabrales, paja, cocina, boñiga, río, lágrimas, sudor, leche, garbanzos, chapapote (galipote), lluvia, hierba, carbón, chaquetas y jerséis, piernas, moras, sexo, gasolina, risas, pelo, casa, padre, hermano, abuelas, mar, chuches, madre, libros, manos, cementerio, hermana, menta, viajes... Mis recuerdos se entremezclan con los de Claudel, cada olor que menciona me trae otro, o el mismo, a mí. Cada fragancia vuelve a mi nariz hasta abofetearme, acariciarme, emocionarme, transportarme y, en ocasiones, hacerme tambalear.

Quiso la vida que entre medias de esta lectura transcurriera un día que fue un regalo para mí y que me trajo, entre otras muchas cosas, unos jabones artesanos que provocaron, concretamente uno de ellos, la firme determinación de no renunciar a mi olfato, al que le había asignado valor cero (de cien) y del que me he dado cuenta, gracias a ese jabón, que tal vez haya al menos un uno o dos (de cien). Podría ser nada, pero no voy a renunciar a reaprender, a rehabilitar mi olfato, porque me niego a seguir desdibujándome y a que mis recuerdos sean imprecisos. Recordar es (re)vivir.

¿Cómo no te voy a querer, Claudel?
Déjame aspirar largo, largo rato, el olor de tus cabellos, hundir en ellos el rostro, como un hombre sediento en el agua de una fuente, y agitarlos con la mano cual pañuelo perfumado, para esparcir recuerdos en el aire (Charles Baudelaire, Un hemisferio en una cabellera)

A la niña de los jabones

jueves, 2 de octubre de 2014

Stone Junction. Una epopeya alquímica (Jim Dodge)



Título original: Stone Junction
Traductora: Mónica Sumoy Gete-Alonso
Páginas: 535
Publicación: 1989 (2010)
Editorial: Alpha Decay
ISBN: 9788492837182




Me vais a permitir que en esta ocasión ponga la sinopsis como inicio de mi comentario, porque necesito que os fijéis en ella (la negrita es mía):

Tienes en tus manos una cuidada reedición de Introitus lapidis, libro publicado por Alpha Decay en octubre de 2007. Los editores relanzan bajo nuevo título (Stone Junction. Una epopeya alquímica) y en la colección Héroes Modernos el que consideran el mejor libro del catálogo para darle la difusión y la vida que merece una novela que pasó desapercibida en su momento. Encumbrada por un autor de la talla de Thomas Pynchon en el prólogo que acompaña a esta edición, Stone Junction es una Bildungsroman norteamericana que arranca con el derechazo propinado en mandíbula a una la monja. Es una odisea moderna sobre la búsqueda del conocimiento y de la comprensión, simbolizados por una extraña esfera de diamante, supuestamente la Piedra Filosofal, custodiada por el gobierno de Estados Unidos. Daniel Pearse, un huérfano acogido por la Alianza de Magos y Forajidos, debe seguirle la pista a través de las enseñanzas impartidas por sus maestros en un mundo en el que la venganza, la traición, la revolución, las sustancias químicas alucinógenas, la magia y el asesinato se imponen como norma. Absorbente a cada página, logra retorcerte de risa al tiempo que sumirte en la más desoladora tristeza. Una novela que, literalmente, cambia la vida de todo aquel que se asoma a sus páginas.
Creo que la editorial Alpha Decay tiene un problema: exagera demasiado en sus sinopsis y contraportadas. Lo he visto en más libros suyos y pienso que le hace un flaco favor a sus ediciones. Porque no sólo exagera, es que miente: ni arranca con ese derechazo a la mandíbula de una monja (aunque es cierto que es una lectura que atrapa desde el inicio), ni te retuerces de risa ni la tristeza desoladora te invade. Ni, por supuesto, cambia la vida de nadie. Que no digo que los libros no puedan cambiar la vida de alguien, pero no es el caso. No, mal, mal. Vale que hay que intentar vender, vale que este libro se mereciera una reedición, pero ese bombo exagerado acaba teniendo un efecto contraproducente para el propio libro.

¿Quiere decir esto que no me ha gustado esta lectura?. Pues no, en verdad he disfrutado con esta epopeya alquímica, porque la única verdad de todo ese autobombo de la contraportada es que se trata de una lectura absorbente, casi hipnótica. Bueno, también es verdad que se trata de una auténtica epopeya alquímica: A través de más de 500 páginas vamos a recorrer junto a Daniel Pearse su viaje en busca de su identidad, un camino de formación y aprendizaje lleno de dificultades y mucho esfuerzo (ahí tenemos la epopeya). La parte alquímica vendrá de la mano de la AMO (Alianza de Magos y Forajidos), cuyos maestros, asesores y afiliados varios contribuirán a la formación de Daniel utilizando para ello la filosofía alquímica y los elementos que la caracterizan: física, química, astrología, misticismo… De hecho, los cuatro elementos clásicos (tierra, aire, agua y fuego) agruparán los distintos capítulos del libro.

Uno de los objetivos de la alquimia es la búsqueda de la Piedra Filosofal, en este caso en forma de diamante. Para encontrar y conseguir ese diamante, la AMO educará a Daniel.

Stone Junction es un libro de magos y brujos modernos, científicos y forajidos alquímicos cuyo código moral tiene reminiscencias de Robin Hood:

Los forajidos sólo hacen el mal cuando creen que está bien; los delincuentes sólo creen que hacen el bien cuando hacen el mal.
Es evidente que en esta lectura los malos son buenos y los buenos son malos. O más bien no se puede hablar de buenos y malos cuando otras cuestiones más elevadas y metafísicas están en juego.

Pero estamos ante una historia con varias subtramas, una de ellas la investigación en torno a quién mató a la madre de Daniel. Siendo una novela coral, distintos personajes tienen también su papel importante, su propia historia que contarnos, siendo muchos de ellos carismáticos y muy interesantes. De cada uno se puede extraer una enseñanza, o tal vez no sólo aprendes, simplemente recuerdes. Y me refiero a recordar cosas evidentes que olvidamos: que hay cosas que sólo puede solucionar uno mismo, que a veces es necesario cambiar de idea, que es importante saber cuándo se ha de pensar en uno mismo antes que en los demás (y viceversa), que el universo puede ser un pensamiento, que la sabiduría consiste en no saber más de lo que se necesita, que es necesario tener algo que se pueda imaginar, que no ha de confundirse lo real con lo ideal…

Hay varios personajes que llamaron mi atención, pero quisiera destacar a Annalee, la madre de Daniel, aunque sólo sea por el momento en que Daniel insiste en saber quién es su padre y Annalee, que no puede darle una respuesta en forma de nombre y apellidos, le habla a Daniel de los hombres reales o soñados que pudieron ser sus padre, hombres que ha admirado y deseado, reales o imaginados.

Y sin duda, Jennifer Raine, quien (especialmente con sus diarios) hace que la parte final de Stone Junction remonte vuelo:

Ahora sé más sobre la culpa. Es una verdad llena de pus, que se pudre con la negación.
En definitiva, si ignoras las soflamas de la editorial, que no se ruboriza en la exageración de los valores de Stone Junction, estás ante un libro que personalmente me ha sorprendido, sobre todo por su capacidad de enganche (necesita pocas páginas, incluso diría pocos párrafos para que el libro te “agarre”), pese a ser una lectura mística y metafísica. El estilo inteligente y la forma de escribir de Jim Dogde tienen el mérito de atrapar no sólo con los ingeniosos diálogos y lapidarias reflexiones, sino con esa mezcla de lo creíble y lo increíble, lo real y lo mágico. Muy dado a los aforismos, máximas y sentencias, que inevitablemente subrayas, facilita mucho una lectura que en principio, y una vez leído, no parecería factible, dada la arquitectura interna del libro y todos los contenidos que encierra. Tiene muchas cosas a las que dar vueltas y revueltas.

No obstante, es un libro irregular, con momentos en los que decae y otros en los que se vuelve a elevar, quizás ligeramente repetitivo en algunos aspectos y algunos de los maestros por los que pasa Daniel no dejan de ser más de lo mismo y, por tanto, innecesarios. A veces he tenido la sensación de que hay un exceso de personajes. Y como no es un libro redondo, el final no está a la altura de lo esperado. No es un libro especial, pero sí diferente. En cualquier caso ha sido una lectura disfrutada y además compartida con Mientras Leo y Yossi, lo que la ha hecho más amena e interesante, pese a los ritmos distintos y los imprevistos previstos. Y también le doy las gracias a Aida, que fue quien me hizo fijarme en este libro por primera vez.

La introducción de Pynchon mejor leer como epílogo
, contiene spoiler e ideas que es mejor contrastar después de leer el libro y no antes.