jueves, 29 de mayo de 2014

Noches insomnes (Elizabeth Hardwick)

Título original: Sleepless nights
Traductora: María Alcaraz
Páginas: 128
Publicación: 1979 (2009)
Editorial: Duomo
ISBN: 9788492723171
Sinopsis: En Noches insomnes una mujer repasa su vida -la galería de personajes, los variados telones de fondo de los lugares- y elabora un cuaderno de recuerdos, reflexiones, retratos, cartas y sueños. En una vivificante fusión de hechos y ficciones, este libro lírico, endurecido y perfectamente construido, no es sólo una de las mejores obras de Elizabeth Hardwick sino una de las grandes contribuciones a la literatura estadounidense de los últimos cincuenta años.
Podéis empezar a leer el libro AQUÍ.


Junio. Esto es lo que he decidido hacer con mi vida en este preciso mejor momento: me entregaré a este ejercicio de memoria transformada, distorsionada incluso, y viviré esta vida, la que vivo hoy.
Novela, autobiografía, ensayo, experimento literario… No se sabe muy bien, incluso después de haberlo leído, dónde ubicar esta lectura. Sí, usa su propio nombre, sí, está escrito en primera persona. Pero no es muy confesional ni muestra mucho de sí misma, aunque sí de otros. Ella misma reconoce que muchas veces la tercera persona es un disfraz de la primera persona y que mucha ficción es autobiográfica, algo que muchos lectores son capaces de percibir. Así que directamente se quita el disfraz y lo hace en primera persona.

Una lectura inusual, ante la que mis ojos tuvieron que reajustarse a lo que estaba acostumbrada últimamente. Como estoy en plan esponja, absorbo muchas cosas de mi alrededor y, por supuesto, también de lo que leo, así que he sacado mucho de este libro, exigente para el lector, con una estructura aparentemente caótica, cartas, personas, reflexiones, idas y venidas, cambios de ubicación, personas que aparecen (¡Billie Holliday!!, impresionante el lúcido retrato que hace de ella), análisis de mentes y situaciones, sátira a un país, crítica descarada, cambios temporales, tal vez algún ajuste de cuentas, compromiso… No parece haber conexiones en lo que lees, aunque claro que la hay, la conexión es la memoria y quien recuerda.

No, no es una novela. Es un ejercicio literario, un esfuerzo para el lector, incluso un esfuerzo intelectual, que aprovechas y disfrutas si lo lees más como un ensayo y con un espíritu de apreciar el arte y la creatividad. Y si aceptas que hay que entender la literatura como un universo en el que ficción y realidad no tiene, en verdad, límites ni fronteras. Entonces ahí se amplía el prisma y, con él, la mirada.

El proceso de escritura es un misterio incluso para esta inteligentísima mujer, que tiene claro que un primer escrito decepcionante, que incluso debe de ser decepcionante, es sólo el principio de algo; incluso después de varios borradores decepcionantes, seguirá siendo el principio de algo que hay que continuar. Me ha gustado ese planteamiento, que debe de ser aleccionador para quien desee escribir. Incluso como filosofía vital: insistir, persistir, continuar. Nunca abandonar, todo son principios de algo que hay que continuar.

Como digo, no es una lectura fácil, ni por estructura ni por contenido. Hardwick recrea fragmentos de su memoria, una memoria que no es muy de fiar, porque es una memoria transformada, tamizada por una mente inteligente. Como muchos escritores, es una observadora analítica y casi obsesiva de lo que le rodea, y creo que principalmente en este libro se recogen muchas reflexiones que le surgen a partir de aquello que observa. A veces cruel, pero siempre inteligente. Seguir sus pensamientos muchas veces obligaba a los míos a expandirse, algo que siempre agradezco, ensanchar mi percepción de las cosas.

Un libro que leí casi del tirón, aunque en determinados momentos lo tuve que dejar descansar y reposar, porque sentía que no podía seguir expandiendo mi mente para alcanzar lo leído, una tiene los límites que tiene... Pero me pilló en buen momento y conseguí no alternarlo con otras lecturas. Un libro para mentes inquietas que quieran exigirse a sí mismos como lectores, no es una lectura que pueda recomendar salvo por inquietud y curiosidad intelectual o creativa.
El tormento de las relaciones personales. Nada nuevo ahí, excepto el disimulo y la huida a lomos de los adjetivos. Cuán dulce verse atravesada por los puñales al final de los párrafos. Por lo demás, me gusta que las personas a las que quiero me conozcan.
(©AnaBlasfuemia)

miércoles, 28 de mayo de 2014

Reto de Escritoras Únicas: Elizabeth Hardwick


Hoy os traigo a la que posiblemente sea la autora menos conocida de este nuestro Reto de Escritoras Únicas. De hecho es de quien más me ha costado encontrar información.

Empecemos con lo más sencillo: Elizabeth Hardwick nació en Lexington, Kentucky, un 27 de Julio de 1927 y fallecería un 2 de Diciembre de 2007. Su familia, muy estricta, era protestante. Escritora y crítica literaria, ha escrito tres novelas: The Ghostly Lover (1945), The Simple Truth (1955), y Noches insomnes (1979). Una colección de historias cortas, The New York Stories of Elizabeth Hardwick, que se publicó en  2010. Y varios ensayos sobre crítica literaria: A View of My Own (1962), Seduction and Betrayal (1974, un famoso estudio sobre las mujeres en la literatura), Bartleby in Manhattan (1983), and Sight-Readings (1998). En 1961 se editó The Selected Letters of William James y en 2000 se publicó una corta biografía: Herman Melville. Hasta donde sé, en España sólo se ha publicado la biografía de Melville y la novela (que no es tal y mañana lo comentaré) Noches insomnes.

De familia numerosa, reconoce no haber vivido un ambiente intelectual, pero sí estimulante. Sus inicios como escritora surgieron, como en la mayoría de los escritores, del amor por los libros. Si por algo destaca Hardwick, además de por sus incisivas críticas literarias, es por esa pasión por los libros, una pasión que, como ella misma ha dicho, es barata, consuela, distrae, estimula, te da experiencia y conocimiento. Una iluminación moral.

Elizabeth Hardwick fue una figura destacada de la vida literaria y cultural de Nueva York, conocida no sólo por sus ensayos y novelas, sino también porque, con su marido Robert Lowell, fundaron en 1963 el New York Review of Books (una de las publicaciones culturales más importantes de EEUU), junto con un grupo de intelectuales entre los que estaban, por ejemplo, Philip Roth, Elizabeth Bishop y Mary McCarthy.

Se casó con Robert Lowell en 1949, cuando él era considerado un prominente poeta en lengua inglesa, e inspiraría y enseñaría a Sylvia Plath, Ann Sexton o John Berryman. Sin embargo, ya en el viaje de luna de miel, Lowell empezó a sufrir crisis maniaco-depresivas, sometiéndose a diversos tratamientos que no pudieron evitar las diversas crisis, agravadas con el alcohol, que le llevarían finalmente a una dolorosa muerte en 1977.
Elizabeth Hardwick y Robert Lowell
Elizabeth Hardwick y Robert Lowell
Hardwick tenía un sentido de la lealtad muy acentuado, además de poseer una paciencia y una fortaleza sin límites (Lowell le fue infiel en varias ocasiones), por eso había aceptado dedicarse a cuidar a Lowell, anteponiéndolo a la escritura, que dejó en segundo plano. En 1970, Lowell abandona a Hardwick por la también escritora Caroline Blackwood (con la que compartía un desmesurado gusto por el alcohol). Además de sufrir por el abandono, Hardwick tuvo que pasar por la humillación de ver cómo Lowell publicaba unos poemas en los que transcribía llamadas de teléfono y cartas de Hardwick mostrándose angustiada por la separación y deseando volver con Lowell. Cuando Lowell falleció en 1977, este iba en un taxi, de regreso con Hardwick

Durante su separación, Elizabeth Hardwick se sumergió en la lectura de la obra de autoras atormentadas: Sylvia Plath, Dorothy Worsthword o Charlotte Bronte

Consciente de que en las artes hombres y mujeres no son tratados igual, ha sufrido la mala leche ejercida sobre las mujeres escritoras. Dio la cara y defendió a Susan Sontag, oponiéndose al escarnio al que fue sometida cuando habló del comunismo como un fascismo con rostro humano, Hardwick creía que más allá de las consideraciones políticas, el que Sontag fuera mujer, y además una mujer muy inteligente, facilitó o favoreció el escarnio. 

Susan Sontag, Peter Schneider, Elizabeth Hardwick, and Darryl Pinckney
Pese a no abrazar la ideología feminista, en sus escritos siempre ha elogiado a las mujeres, mujeres como su madre, que aceptan la vida sin pensar mucho para qué, haciendo su trabajo en el mundo sin recibir a cambio mucho de los hombres.
Las camareras son las heroínas de mis recuerdos, señoras abandonadas con niños que criar.
Su trabajo se centró especialmente en la crítica literaria, llegando a ser absolutamente venerada y temida a la vez. Brillante, inteligente, libre y afilada. Una mujer única, que además siempre mantuvo un compromiso personal con los pobres y los más débiles.
Cierto, con los débiles siempre pasa algo: improvisación, sorpresa incertidumbre, injusticia, manipulación, hipocondría, tragos a escondidas, celos, mentiras, lágrimas, escondrijos en el jardín, salidas en coche en plena noche. La noción de la historia de los débiles es la más pura de todas.
Podéis ver cómo va la participación en el Reto de Escritoras Únicas haciendo click en la imagen. Os recuerdo que habrá interesantes premios, y más posibilidades a más participación.
(©AnaBlasfuemia)

http://loqueleolocuento.blogspot.com.es/2013/12/reto-escritoras-unicas.html
Reto de Escritoras Únicas
Marilú nos trae a Emily Dickinson
Meg nos trae a Delmira Agustini

viernes, 23 de mayo de 2014

La niña del faro (Jeanette Winterson)



Título original: Lighthousekeeping
Traductor: Alejandro Palomas Pubill
Páginas: 208
Publicación: 2004 (2005)
Editorial: Lumen
ISBN: 9788426414847
Sinopsis: Érase una vez un farero ciego y una niña huérfana... Así podría empezar uno de los muchos cuentos del señor Pew, el hombre encargado de cuidar del faro de un remoto pueblo de Escocia. Quien le escucha es la pequeña Silver, una chiquilla lista que acaba de perder a su madre y de ganar a un nuevo amigo, un hombre enamorado de las palabras y dispuesto a contar historias insólitas, que se enlazan unas con otras en una trenza sin fin.  Sentada al lado del señor Pew, Silver llegará a saber cómo y cuándo se construyó el faro, y descubrirá a personas tan fascinantes como Stevenson, Darwin y el reverendo Babel, un libertino lleno de ira y de amor por una hermosa mujer. Cuando Silver crezca, los cuentos del señor Pew la acompañarán y harán de ella una lectora voraz, fascinada por los libros y por los cuerpos misteriosos que va encontrando en su camino.
Cuéntame una historia, Ana
¿Qué clase de historia?
Una con música de fondo.

Escucha. Era una estación como tantas otras, pequeña y olvidada. Como pequeña era la ciudad de la que huía. Estaba sola. Eché de menos a otros viajeros. Siempre me ha gustado observarles, destramar su recorrido, atisbar los libros que leen, medir su espera, disfrazar la mía…

Era una madrugada fresca, pese a que el sol del amanecer apuntaba a calor. Un día que había dejado de ser hermoso cuando decidiste partir y partirme. Ahora me iba buscando una casa a la que volver.

Estaba a punto de dormirme con la cabeza sobre la mochila cuando entró un anciano de ojos tristes. Tan tristes que yo, ya sin sueño, no podía dejar de mirarle. Junto a su vieja maleta dejó reposar una guitarra y una botella. Encendió un cigarro, bebió un trago infinito, se sentó en la maleta. Y cogió su guitarra. Durante lo que creí mucho tiempo no hizo nada, sólo dejar que el cigarro se consumiera en los labios. Pero de repente mi madrugada se llenó de música quejumbrosa y nostálgica. Gemía una canción de blues con notas tan profundas como un misterio. La voz del anciano lloraba lamentos serenos y mi piel cobró vida propia a ritmo de blues. Seguí su música como si fuera una luz en la que encontrarme.

Llegó el tren. El anciano, su guitarra y su voz se perdieron en la estación. Cuando volví a mirar ya  no pude verle. Cierro los ojos y aún puedo oír aquella canción, que ahora, igual que entonces, me turba y me guía, como un faro en la niebla, hasta el epicentro del corazón. Todavía hoy, después de haber bregado por pasajes insólitos, encrucijadas inciertas, espacios sutiles, dudo razonablemente si aquel anciano, su guitarra y su canción de blues, poseen una presencia material o ficticia. Si es un recuerdo más del cementerio de lo fingido o imaginado, de lo que, al igual que tú, creí real y fue tramoya.

Cuéntame un cuento, Pew

¿Qué clase de cuento, pequeña?
Uno con final feliz.
En el mundo eso no existe.
¿Un final feliz?
No, un final.

Siete años. Siete años hace que tengo este libro en casa. Lo compré sólo por el título, no conocía entonces a Winterson, pero una niña del faro era justo lo que yo quería (quiero) ser. Una mujer en un faro. Siempre me han fascinado los faros y su simbolismo. También su arquitectura, hacia arriba, hacia la luz, dando luz. Circular. Siempre he querido vivir en un faro, que he imaginado con sus paredes circulares llenas de libros que leería bajo las estrellas y con el sonido del mar de fondo. También creo en las personas faro, con luz propia, que te guían a través de la niebla o cuando las olas te golpean. Por eso, sólo por eso, compré este libro. Por el título. Y siete años después, no me preguntéis cómo ha sido posible, lo he leído. Y ahora sé que siempre he sido la niña del faro. Gracias, gracias, gracias, Winterson.

Era una larga historia y, como ocurre con casi todas las historias del mundo, inacabada. Sí, tuvo un final (siempre lo hay), pero la historia fue más allá de su propio final (siempre es así).

Si digo que La niña del faro es un cuento mágico me quedaría corta. Que es magia para el lector, no mentiría. Tal vez también un espejo mágico. Y diría verdad si os dijera que este libro es además tan confortable y acogedor que no he querido salir del libro. Que cuando me faltaban 50 páginas por terminar lo he cerrado y le dije no quiero terminarte, no quiero. Y, con horas por delante, lo dejé cerrado, abierto en mi corazón. Sin terminar.

Y luego volví a él, porque sabía que tenía que hacerlo. Lo terminé y lloré, emocionada, por haber leído un libro tan hermoso. Y era mío. Es mi libro. Desde hace tiempo. Abrí la primera página y lo volví a leer. Gracias, Winterson. Volví a terminarlo y abracé a mi idiota. Te quiero, le dije, no te vayas nunca. No quise esperar, te llamé y también te lo dije a ti. Te echo de menos, te dije y me dijiste. Te quiero, nos dijimos.

La vida es muy corta. Esta extensión de mar y de arena, este paseo por la orilla, antes de que la marea cubra todo lo que hemos hecho.
Te quiero.
Las dos palabras más difíciles del mundo.
Pero ¿qué más puedo decir?

Cuando quieres a alguien deberías de decirlo.

El faro de Pew existe (desde 1998, que funciona automático, no tiene farero), como reales son algunos personajes que aparecen en el libro (Darwin, Robert Louis Stevenson…). A Pew lo he visto en un barco azul y a Silver… a Silver la conozco bien.
Un principio, un desarrollo y un final es la forma adecuada de contar una historia, pero a mí me cuesta aplicar esta fórmula.
Si estáis esperando a que os cuente de qué va el libro podéis seguir esperando. El libro va de ti, de mí. De la vida. Del amor. De las palabras como seres vivos. De las historias que nos gustaría que nos contaran. De las historias que debemos de contar. Y Winterson nos lo cuenta a su manera, distinta, especial, como una caricia o un abrazo. No busquéis una estructura narrativa al uso, es una tela de araña de historias y pensamientos, en la que dejarte atrapar será la opción más acertada. Winterson es generosa, nos susurrará al oído todo, sólo tendremos que abandonarnos, dejarnos arrullar, que las historias corran por nuestras venas, directas al corazón. Seguir su luz, Winterson es el faro en el que tenemos que confiar, recorriendo su halo de palabras que nos mecen con la delicadeza, la seguridad y la ternura con la que se acuna a un bebé.
Cuéntame una historia y no me sentiré sola.
Winterson nos lo cuenta, el qué, qué importa. El cómo, maravillosamente, de forma única, con luz propia, iluminando tus ojos lectores y tu alma humana. Winterson es cálida, afable, creativa. Tremendamente inspiradora. Cercana, te lo cuenta a ti, a nadie más. Metáforas, muchas. Todas transparentes. La envoltura de cuento, el  lirismo mágico, no nos aleja de la realidad, al contrario, nos acerca a ella.

¿Cuál es el mensaje? Nada novedoso: hay tiempo sin tiempo y ese es hoy, vívelo, ama, quiere, díselo, cuéntaselo, cuenta una historia, sé tú la historia que contar. Vive, no pierdas el tiempo. Pero el cómo, el cómo lo cuenta Winterson, ahí está el hechizo, ahí está la literatura, ahí está el arte de las palabras, escogerlas, combinarlas, mimarlas, pulirlas y que nos cuenten historias maravillosas que te hacen mejor persona, te alivian y te re-construyen. Winterson desafía la estructura narrativa estándar y sale triunfadora. Con pocas palabras pinta paisajes gloriosos y te llena de color la mirada.

Los libros son como las personas: algunos se hacen esperar pero cuando llegan es como si siempre hubieran estado ahí. Otros están ahí desde siempre pero no los ves. Están los que entran con fuerza y cuando te dejan tambaleando te das cuenta que nunca deberían de haber ocupado un lugar en la estantería. Aquellos a los que siempre vuelves y nunca te fallan. Los que te decepcionan, ocultos en la fanfarria. Esos que al principio no te llegan pero luego no olvidas. Los otros que olvidas rápidamente. Los que siempre quieres tener cerca. Libros que creías perdidos pero vuelven, tal vez nunca estuvieron perdidos (no del todo). Hay libros que te dan vida y hasta te dan amor. Libros que besas y abrazas. Libros en los que te encuentras, te reconoces como si fueran un espejo. Libros que te guían. Libros oportunos, inspiradores, falsos, rescatadores, placenteros, repelentes, insufribles, provocadores, mágicos, maravillosos, sanadores, tramposos, asombrosos, vitales, inesperados, extraordinarios, evocadores…

Adivinad qué clase de libro es La niña del faro. Y añadirle: joya. Jeanette Winterson, he tardado en llegar, pero esto ya no hay quien lo pare. Gracias.

Cuéntame una historia, Ana.
¿Qué historia?
Una sobre la conjunción de los astros.
Acabo de contártela. Y además, ya la conocías.

Nota: Nunca publico dos entradas seguidas sobre libros. Me gusta darles tiempo para que tengan su oportunidad de ser leídas sin prisas (no soy breve, lo sé). No quería hacerle este feo a Ursula Hegi porque no se lo merece. Pero no puedo retener esta entrada, no puedo hacerla esperar, necesito compartirla y que sintáis la necesidad de leer este libro (quien no lo haya leído). Es un regalo, leerlo es un regalo.
Jamás debes dudar de la persona a la que amas.
Pero puede que no te diga la verdad.
No importa. Dile tú la verdad.
¿Qué quieres decir?
No puedes ser la honradez de otra persona, pequeña, pero sí puedes ser tu propia honradez.
Entonces ¿qué debería de decir?
¿Cuándo?
Cuando ame a alguien.
Deberías decirlo.

(©AnaBlasfuemia)

jueves, 22 de mayo de 2014

Las piedras del río (Ursula Hegi)

Título original: Stones from the river
Traductor: Cristina Pagés Boune
Páginas: 688
Publicación: 1994 (1999)
Editorial: Planeta
ISBN: 9788408029120
Sinopsis: Trudi Montag, la protagonista de esta novela, no es como sus amigos y vecinos.  Trudi es una zwerg, una enana, que durante toda su vida sueña con dar un estirón y ser como los demás. Pero su historia y la de sus vecinos en un pueblecito de la Alemania de principios del siglo XX no es sino la aventura vital de cuantos vivieron esa época implacable que marcó para siempre su existencia. Trudi Montag se convierte así en la voz colectiva de todo un pueblo, de un drama humano, y en símbolo de todo lo grande y lo grotesco que cada uno de nosotros llevamos dentro.


Tengo en casa muchos libros que no he leído todavía. Pero la biblioteca de mi ciudad está justo enfrente de donde vivo. Toda una tentación. De vez en cuando recorro los escasos cincuenta pasos que nos separan y voy a mirar. Sin ideas previas. Miro en las estanterías monotemáticas que tienen, o en novedades. O paseo por las estanterías con mi dedo (uno de los veinte que tengo, soy una extraterrestre mimetizada) recorriendo los lomos de los libros hasta que el dedo se detiene, sin más. Así, me tropecé con este libro. Lo abrí sin mirar la sinopsis, leí el primer párrafo:
De niña, Trudi Montag, creía que todos sabían lo que ocurría en el interior de los demás. Esto fue antes de que comprendiera el poder que da el ser diferente. La tortura de ser diferente. Y el pecado de despotricar contra un Dios ineficaz. Pero antes de esto, años y años antes de esto, en sus plegarias pedía crecer.
Ups… creer que todos saben lo que ocurren en el interior de los demás… el poder que da el ser diferente… la tortura de ser diferente… ¡Tantas cosas en un solo párrafo!. Abrí otra página al azar y leí:
Leo revelaba poco de sí mismo a muy pocas personas, no porque fuese tímido o porque deseara ocultarse, sino porque no sabía lo que era el deseo de ser comprendido.
No sabía lo que era el deseo de ser comprendido… Qué suerte, pensé para mí. Qué suerte. Miré la sinopsis: vaya, Alemania. Dejé el libro en la estantería, me vine a casa y me puse a buscar por Internet para comprarlo. No es un libro fácil de localizar. Al final me lo compré de segunda mano. Los libros de segunda mano siempre me intrigan y me inquietan porque me sugieren que alguien los ha descartado o no ha sabido resolver alguna herencia o una separación. O yo qué sé, la curiosidad de querer saber cómo y porqué ese libro ha sido rechazado. Me monto historias sobre el recorrido vital del libro, que de mano en mano va… y yo me lo quedo.

Trudi Montag, la protagonista de este libro (una zwerg, una enana), nace en Burgdof, un pueblo de Alemania, en 1915. El libro va desde ese año hasta 1952. Dos guerras mundiales atraviesan este libro y, por tanto, la vida de Trudi y los habitantes de Burgdof. En 1915 Burgdof es un pueblo que pertenece a las mujeres, puesto que los hombres están luchando en la guerra. Ellas gobiernan y desconfían de los pocos hombres que se han quedado. Y así, cuando Trudi nace y su madre se niega a tocarla, serán las mujeres del pueblo quienes la mantengan con vida.

Al poco de nacer Trudi, su madre se pierde por los laberínticos abismos de la mente, lo que llevará a Trudi a crecer por dentro muchísimo más rápido de lo que puede crecer por fuera.

Ya a los dos años, Trudi se sentía mayor que su madre.
Y a ver cómo explico mi sensación lectora. A ver cómo re-creo esta lectura (gracias, elvirar). Empezar a leer y devorarlo fue todo uno, buscando tiempo libre para retomar la lectura. Y la verdad que tiempo libre he tenido poco y para leer, aún menos. Pero leía cuando podía, robando ratillos aquí y allá, y mientras leía no entendía cómo este libro estaba tan “oculto” por la red, cómo era posible que fuera tan poco conocido. La fuerza de lo que leía era impresionante, Ursula Hegi crea imágenes llenas de contenido con una facilidad asombrosa.

Empecé a leer y no podía parar, todo lo que leía decía algo, transmitía algo, contaba algo. Y así una página y otra y otra y otra… Cuando llevaba leídas algo menos de 100 páginas ya había contado tantas cosas, había tanto encerrado y desmenuzado y mostrado que pensaba ¿pero qué me va a contar en las más de 500 páginas que me quedan?. No tenía ni idea, pero ya me había transmitido tanto que lo que viniera después lo concebía como un enigma arriesgado y necesario, un riesgo que quería correr. No me importaba porque lo leído hasta entonces era extraordinario y que me quiten lo bailado (lo leído).

Una forma de narrar simple y directa que hace fácil la lectura, se acomoda, no hay nada rebuscado, ni imágenes complejas, todo está estremecedoramente transparente. Estremecedor porque asombra la facilidad con la que interpreta conductas y gestos y se asoma a los recovecos del alma en los que está el germen de muchos comportamientos y sentimientos. Todo es fácil, todo es sensible, reconocible y humano, detalles, palabras y miradas. Todo nos explica a nosotros mismos. Nos descifra incluso en los  detalles, viendo dónde y cómo se inician y cómo luego se ejecutan.

Avanzo en la lectura sin desperdiciar ningún párrafo. Mis ojos se van llenando de personajes que van calando como la lluvia fina, imperceptible pero implacable en el calado

Trudi Montag, qué habilidad y qué perspicacia para ver a través de la superficie, con una visión que engrandece lo pequeño y lo invisible, viendo más allá, interpretando los detalles…Trudi, que inventa cuentos, historias y relatos para retener a las personas a su lado, que finge querer estar sola cuando la soledad se le clava en el alma con garra de hielo, estrujándosela…Trudi, que aprende a robar secretos que nadie le cedería, y esos serán los secretos que preferirá: los que roba. Hace de los secretos de los demás su don, su fuerza. El poder que le da decidir si contarlo o no. Y el saber que jamás cambiará sus secretos por los de los demás. Trudi, que de niña tiene una voz madura absolutamente creíble.

Habría hecho cualquier cosa para que la quisieran y, al no poder conseguir que la aceptaran, se apoderaba de sus secretos y los revelaba.
Desde 1915 hasta 1952 conoceremos la vida de Trudi, pero conoceremos también la vida de Burgdof y sus habitantes: las familias, los vecinos, las relaciones de unos y otros. Un pueblo como tantos otros, personas con historias, con secretos, con afectos, buena y mala gente, amistades, parejas, padres e hijos, sus comercios, sus costumbres, su identidad… 

Y sabremos cómo un pueblo cuyos vecinos eran casi como una familia se verá abocado al enfrentamiento más cruel y fratricida con la ascensión y llegada de Hitler al poder. Inevitablemente, un buen número de páginas transcurrirán durante los años de la II Guerra Mundial, en este caso conociendo cómo viven todo lo sucedido, cómo lo viven unos y otros, cómo algunos no supieron ver, otros no quisieron creer, otros confiaron hasta llegar a espacios en los que la confianza era la muerte segura, otros se dejaron convencer, otros creyeron, los de más allá dudaron, los de más acá traicionaron a su propia familia, muchos  miraron a otro lado… y otros, ayudaron. Hermanos, vecinos, hijos, enfrentados entre sí. Todo ello, no olvidarlo, en un pueblo alemán. Todos eran alemanes, judíos y no judíos, nazis y no nazis. Todos alemanes y vecinos. Jugaron juntos, vivían juntos, crecieron juntos, algunos hasta lucharon juntos en la I Guerra Mundial. Una sociedad compleja, un país complejo. Como tantos otros, también.

¿Qué me ha gustado de este libro? Que durante muchas, muchísimas páginas, el libro da tanto, tiene tanto contenido, da que pensar… Los primeros años de vida de Trudi, su infancia, su adolescencia… es maravillosa, ella y los personajes que van apareciendo, las historias que se van sucediendo, la visión de Trudi, las descripciones que Ursula Hegi hace de sus personajes y su comportamiento. La mirada es tan… especial. Sumergirme en la lectura era una absoluta delicia, maravillada de lo que leía y cómo me lo contaba Hegi.

¿Qué pasó? Demasiadas páginas. Ursula Hegi se va desinflando un poquito a la hora de contar y el lector llega demasiado cansado a la travesía de la última parte del libro. ¿Podría haberlo contado en menos páginas? Sí. No muchas menos, pero sí. Va perdiendo fuerza, aunque su nivel más bajo sigue siendo un nivel alto.

¿Cuál es el balance? Un personaje extraordinario, Trudi, y algunos más (Gertrud, Leo, Georg, Eva, Max…) que también tardaré en olvidar. Una manera sutil, preciosa y precisa de contar historias y el comportamiento humano. Una autora que entra en la saca de quieroleermás (urge confirmar las sensaciones). Una travesía por la IIGM que se hace pelín prolongada (o a la que yo llegué cansada). Una Trudi que pierde fuerza hacia el final. Una excesiva cantidad de personajes a los que cuesta seguir sin anotar quién es quién. Un libro que termina por hacerse algo largo porque resulta difícil mantenerse tan tan tan arriba, aunque igualmente el nivel es muy bueno. Momentos de lectura inolvidables. Un descubrimiento. Un libro desconocido que me ha sorprendido mucho y bien. Una lectura recomendable.

Ahora, con este batiburrillo de balance, decidan lo que les plazca. Yo así lo he leído y así lo he contado. Es una buena lectura que merece conocerse más.

Lo que podía ofrecerle a Georg era mucho más de lo que había ocurrido –una secuencia que lo guiaría hacia el meollo de la historia, una historia que contendría un mundo entero-. Tenía que ver con qué contar primero, aunque no hubiese ocurrido primero, y con qué acabarla. Tenía que ver con qué resaltar y a qué renunciar. Y qué abrazar.
(©AnaBlasfuemia)

jueves, 15 de mayo de 2014

Las nieves azules (Piotr Bednarski)



Título original: Błękitne śniegi
Traductora: Amelia Serraller
Páginas: 144
Publicación: 1996 (2014)
Editorial: Malpaso
ISBN: 9788415996224
Sinopsis: En las entrañas del sistema represivo soviético, en la gélida Siberia de los gulags, un niño trata de serlo conservando el entusiasmo por la vida que la vida le niega. Porque la muerte triunfa en torno a él. A pesar de ello, a despecho de cárceles y desapariciones, el joven Petia, condenado a la madurez antes de cumplir diez años, logrará espantar el miedo o desarmar el espanto apoyado en una fe inquebrantable y, sobre todo, en la fuerza cálida de la poesía. El recuerdo de una época feroz irrumpe así en la novela menos ficticia. Y la desborda. Y la ennoblece. Porque la ficción logra a veces reflejar todas las aristas de la barbarie si también consigue recortarlas contra el fondo de lo indeleblemente humano. Entonces nos redime.

Le decía estos días a una amiga que lo que une a los lectores no es leer, sino cómo leemos; hay muchas personas que leen, y mucho, pero con las que no se produce esa conjunción de espíritus lectores, y hay otras que son auténticas almas gemelas, hermanadas incluso cuando discrepan. Empatía lectora. Porque no es leer, es el cómo se lee. El cómo lee quien aquí escribe creo que es evidente: con el corazón, con las entrañas, con la piel, con el alma y las tripas. Cuando leo, no me importa llorar hasta la extenuación, reírme hasta despanzurrarme, enfadarme hasta no reconocerme, entusiasmarme hasta alcanzar alguna cumbre imposible, emocionarme hasta las trancas, despeñarme precipicio abajo hasta conocidos avernos, trepar hasta el lado misterioso de la luna, inquietarme hasta acelerar los latidos del corazón... No me importa porque lo que quiero es vivir (es una obsesión que tengo y que aquí repito mucho: vivir). Y si cuando leo lloro, me parto de la risa, me cabreo, me emociono, tropiezo, me levanto, me inquiero, me cuestiono o cuestiono... entonces es que estoy viva. Agotador, sí. Pero me agota más el aburrimiento o pasar por la vida de puntillas.

Este libro llegó a mí a través de dos miradas que se miran, alzan las cejas como preguntando ¿sí? y se responden... ¡sí!. Podría decir que sin necesidad de palabras, pero, en el contexto, eran necesarias. En el recuerdo no hicieron falta ni palabras. Malpaso, que en su día me trajo al entrañable Jamie, hizo el resto, gesto que desde aquí agradezco.

Y como leo de la forma que ya he dicho, lo puse todo. Y como fue una lectura fruto de compatibilidades y almas lectoras gemelas, puse aún más.

Hasta donde alcanza mi conocimiento de los Gulags (lo que viene siendo Dirección General de Campos de Trabajo), son sinónimo de barbarie. Vidas destruidas, familias aniquiladas, destierros brutales, represión, aniquilación, masacres. Inhumanidad. Conocemos mucho del Holocausto nazi pero ¿cuánto de las atrocidades de Stalin? Un ser ambicioso, violento y cruel que hizo de los Campos de Trabajo uno de los sistemas más mortales de la historia.

Situados en la Taiga, un bosque de Siberia, los gulags encontraban en las gélidas temperaturas, que podían alcanzar los -40º, una autentica muralla insalvable para quienes intentaban escapar. Y es ahí, en Siberia, donde nos vamos a encontrar a Pietia, un niño de diez años, y a su madre, Bella. Judíos polacos deportados en un campo de trabajo en el que el ochenta por ciento eran hijos de enemigos del pueblo trabajador (todo un aforismo sentencioso) y sobre los que continuamente pesaba la amenaza de ser enviados a los gulags, mientras esperaban el regreso de los suyos: padres, abuelos, hermanos, hijos... La mayoría no volvieron.

Pietia nos llevará de la mano en su día a día. Conoceremos a varios personajes, cada capítulo es una microhistoria del transcurrir en el inhóspito lugar al que le han deportado. Personas, personajes, hechos, brutalidad, traiciones, denuncias y amor van pasando a un ritmo y a una cadencia en ocasiones de la misma temperatura gélida del lugar en que todo sucede. Aunque es un libro fácil de leer, no me ha resultado fácil meterme dentro, sentirme y sentir. No ha sido una lectura en la que las distancias se desmenuzan hasta desaparecer, te dejas abrazar y hay cercanías. No.

Desde el principio me encontré con un problema: Pietia tiene diez años, pero voz de adulto. Criiiii. Problema. Ya estamos con la consabida dificultad de las voces infantiles: o se expresa, piensa, siente y razona como un niño o, si no es así, el trecho entre el libro y yo se convierte en una brecha.

Según consta en la información sobre el autor que nos ofrece la propia editorial Malpaso: Horeszkowce, la ciudad polaca donde Piotr Bednarski nació en 1934, fue ocupada por el Ejército Rojo en septiembre de 1939. Deportado a Siberia con su familia, sólo él consiguió sobrevivir a la brutalidad de los gulags. Pietia es Piotr. Pero quien escribe es el Piotr adulto dándole voz al Pietia niño. Y ahí, habemus brecha.

No ha sido una lectura fácil. Esa voz infantil que no lo es, la religiosidad, las referencias bíblicas, numerosas expresiones que no conocía o de las que no tenía referencia y que tenía que buscar su significado (NKVD, fufaika, Kolymá, circasiano, isba…), esa belleza de la madre que deslumbra incluso a quienes no tienen corazón hasta el punto de conseguir hacerse respetar mínimamente (algo que no he terminado de entender)… Todo eso no terminaba de derretir el hielo.

Durante bastantes páginas, pensé que había tropezado con este libro. Pero cuando estaba casi en el suelo, resignada al batacazo… Pietia (Piotr) me recogió delicadamente, con dulzura, y me hizo recuperar una posición mucho más cómoda y cercana. Como una arcilla que vas moldeando, la lectura va adquiriendo forma, consistencia y textura. Pietia se va convirtiendo en el niño que es, y alcanzo a sentir su dolor, su rabia, su impotencia, pero también su entusiasmo por vivir, su necesidad de vivir. El frío azul de la nieve y el hielo se transforma en un cálido añil, probablemente del color de mis propias lágrimas. Lágrimas azules en ojos verdes.

No me resultó fácil entender esas historias que se suceden de capítulo en capítulo, sin dejar espacio a que sientas rabia, lástima, emoción, dolor, ternura… Pero al final, comprendí que Piotr no quiere regodearse en tanto dolor. Cuenta una historia, cierra capítulo, cuenta otra historia, cierra capítulo, otra vivencia, siguiente capítulo… No puedes detenerte en el sufrimiento porque hay que seguir sobreviviendo, por eso no deja tampoco ese margen al lector. En condiciones tan brutales, donde la vida del ser humano vale nada, y el día a día es un mendrugo de pan y sobrevivir, no hay espacio para compadecerse, sentir lástima, llorar... Sólo seguir y subsistir. Y en cierta forma, aun comprendiendo el sentido de narrar así, debo reconocer que tardé mucho en engancharme a esta lectura, porque todo sucedía como con distancia… y frío… Al final consigo encontrarme con la emoción, con la brutalidad de algunas imágenes. Y después de unos días, el libro reposado, ha dejado algún rescoldo que me permite rescatar esta lectura y cerrar la brecha.
Estábamos bien porque no conocíamos el bienestar.
Banda sonora de la lectura

lunes, 12 de mayo de 2014

Al envejecer, los hombres lloran (Jean-Luc Seigle)


Título original: En vieillissant les hommes pleurent
Traductor: Adolfo García Ortega
Páginas: 240
Publicación: 2012 (2013)
Editorial: Seix Barral
Categoría: Narrativa Contemporánea
ISBN: 9788432220340
Sinopsis: El 9 de julio de 1961 es un gran día para la familia Chassaing y los habitantes del pequeño pueblo en el que viven: hoy llegará el primer televisor al lugar, y el novedoso aparato les traerá las imágenes del hijo mayor, Henri, destinado a la guerra de Argelia. Todo el mundo está invitado al gran acontecimiento que marcará las vidas de estos recién nacidos telespectadores.
Podéis empezar a leer AQUÍ

Desde el principio este libro tiene un gran valor para mí: me lo he leído en uno de los peores momentos lectores que recuerdo en mi vida, concretamente en su momento álgido, porque en verdad el bloqueo lector lo venía arrastrando hacía tiempo. Coger un libro, leer unas páginas y dejarlo era todo uno. Intentar leer y perderme en divagaciones. Y pasaban días y días y venga a pasar días y, con ellos, libros que empezaba y dejaba. Tenía claro que no era un problema de los libros, que además escogía con mimo. Era un problema mío. Enredada en nadar contracorriente hasta quedarme sin aire, no conseguía encontrar libros que me desatascaran y me hicieran respirar. Y cogí este, y me obligué. Las primeras páginas las he leído al menos tres o cuatro veces. Leía sin ver, tonta de mí, con la mirada perdida y la mente en blanco. No por el libro, no, que empieza sin pausa y situándote rápidamente. Por mí, por mi culpa, por mi grandísima culpa. Como además de una idiota tengo una obstinada, insistí. Adoro a la idiota, pero valoro mucho también a la obstinada. Qué pedazo de libro. Qué maravilla. Pasen y vean, dejen que Albert se meta hasta el tuétano de vuestra médula. Qué grande, Albert.

Contiene tantas cosas esta historia, que se desarrolla en un solo día, que no sé ni por dónde empezar. Una novela enorme, detrás de una apariencia sencilla, un protagonista épico (Albert), y digo épico tanto en su significado heroico como en el poético. Albert, que se despierta una mañana y llora. Y a mí al principio me da pereza, no entiendo la tristeza. Tonta de mí. Tonta y tonta. Qué admirable Albert, cuánta generosidad, qué visión, qué renuncia, qué hermosura.

¡Hay momentos tan bellos en este libro! por ejemplo cuando Albert lava a su madre. Únicamente por ese capítulo esta lectura ya merecería la pena (pero merece la pena por todo el libro, no confundirse), en esa escena como lectora me sentí como la madre de Albert: desnuda e indefensa. Rendida. Una escena tan delicada y tierna, emotiva, intensa, plena. Maravillosa.
Desnuda, seca, de pie, plantada delante de él, ella hizo un gesto inesperado para autorizarlo a esa indecencia: abrió las palmas de sus manos en el vacío, haciendo, mediante ese signo, una ofrenda de su pobre cuerpo. Albert empezó a vivir ese momento de tremenda intimidad como un privilegio. Se arrodilló de nuevo a sus pies, para no dominarla, metió su mano en la manopla después de haberla escurrido, la enjabonó ampliamente y luego la fue subiendo con suavidad por entre los muslos de su madre.
Voy a intentar poner orden. Tiremos de contexto, que así me centro y os centro. 1961 es el año en el que transcurre el día que nos cuenta Jean-Luc Seigle. Parece un año más, pero no lo es. Es un año, una época bisagra. Europa se recompone de guerras y más guerras, surgen las economías colectivas, se restañan heridas, algunas en falso. Dejen paso a la modernidad, a la sociedad happy y consumista (y de aquellos polvos, estos lodos), las concentraciones parcelarias y otros males. La modernidad arrasando con el pasado, construir destruyendo los restos, no a partir de ellos, sino sobre ellos como si no existieran. Y hay quien abre los brazos al futuro, al moderno y simpático consumismo (como Suzanne), pero hay quien resiste, visionario y lúcido, como Albert.

Albert es un hombre con una bala imaginaria alojada cerca del corazón. Así nos lo dice desde las primeras páginas, y así sabemos hacia qué lado quiere que se mueva la bala. Y este libro es el recorrido del movimiento de esa bala, hasta que nos impacta directamente, como si la bala terminara por apuntarnos e impactar en nosotros.

Albert vive con su mujer, a la que no ama, ni es amado por ella, Suzanne, un personaje con el que no empatizas pero que comprendes (a ratos). Tienen un hijo, Henri, en ese momento combatiendo en la guerra de Argelia, al que Albert no pudo conocer hasta los  cinco años, al estar el propio Albert combatiendo en otra guerra, allá en la Línea Maginot, que le llevaría a estar cinco años preso de los nazis, una experiencia de la que nunca habló ni nadie le preguntó. Henri es un hijo al que apenas siente como tal (Nunca volvió a encontrar el camino hacia ese primer hijo) pero que luego será totalmente decisivo a la hora de mover esa bala imaginaria. Sin embargo, el único hijo para quien Suzanne tiene ojos..
Esos últimos días, Albert había buscado a alguien que pudiera acompañar a su hijo. No buscaba a nadie muy intelectual, sólo a alguien que pudiera ayudarlo mejor que él a sostenerse en la vida con un libro en la mano.
Y está Gilles, el hijo pequeño, diez años. Gilles, el lector, y a través del cual leemos sin leer Eugénie Grandet, de Balzac. Gilles nos aportará su mirada, limpia e intacta, de la familia y su paso a la madurez. También está Madeleine, la madre de Albert, perdida en la memoria, regresada a la fuerza e involuntariamente a la infancia. Y Liliane, la hermana de Albert, quizá el personaje que más me ha desconcertado y que sin embargo también es clave en esta historia. Todos los personajes lo son, absolutamente todos los que aparecen, incluso los más aparentemente secundarios, como Antoine, el maestro jubilado con su casa llena de libros, o la tía Morvandieux, la última de la tribu de las viudas del 14, otro engranaje necesario en la ingeniería narrativa maravillosa que supone esta lectura. ¡Ah, y el cartero!, que como bien sabe todo el mundo, siempre llama dos veces.

Hablo de personajes porque intento posar emociones y conmociones producidas por la lectura. Y en ese intento rescato otro elemento necesario en esta historia: la televisión. Estamos en 1961, la televisión llega por primera vez a la casa de los Chassaing y su pequeño pueblo de apenas setenta habitantes. Hoy en día la televisión se ha convertido en una herramienta adormecedora de conciencias, pensamientos y rebeldías, un instrumento manipulador que nos aleja de la realidad en lugar de acercárnosla. Pero en 1961 era justamente lo contrario: te acercaba a la realidad, a esa que la distancia kilométrica no te permite acercarte. La televisión, otra pieza clave más en el recorrido de esa bala imaginaria.

Por si fuera poco lo que da al lector este libro, resulta que también es un libro reivindicativo, la literatura no puede estar al margen de la historia ni de la verdad. Y Seigle no es ajeno a las mentiras históricas que sustentan la sociedad actual, y desmonta alguna de ellas haciendo literatura, buena literatura, e incluso dejando un capítulo final, un poco al margen de la trama desarrollada, pero dándole también continuidad, para contarnos la verdad sobre la Línea Maginot, esa parte de la historia que está ahí pero muchos desconocen.

Jean-Luc Seigle construye imágenes y emociones con las palabras, narra con sutileza y ternura y nos lleva hasta el desgarro, traza un recorrido, el de la bala imaginaria, y no nos deja fuera. Todo ello lo hace con honestidad, a veces con premura, otras con previsibilidad, incluso con algún cliché (pequeñito). Pero lo hace tan bien, lo construye tan bonito, hace visible cosas tan profundas y verdaderas que hasta esos pequeñitos, insignificantes detalles, inapreciables incluso, se escurren hasta convertirse en irrelevantes.

Una lectura emotiva, muy digna, conmovedora y profunda, con la mirada del noble, íntegro y justo Albert sobre lo que le rodea y sobre lo que lleva a sus espaldas, que nos va iluminando su encrucijada, sus intuiciones, valores y decisiones. Albert, su familia y sus antepasados, las redes familiares, enmarañadas, sutiles, imprevisibles, invisibles pero sin embargo poderosas. Las personas, esos seres complejos (me excluyo, porque yo soy extraterrestre)…

No recomendar este libro sería un sacrilegio. Renunciar a su lectura sería un error. Advertidos estáis. Yo lo meto en la saca de libros que dejarán huella en mí.

Gilles comprendió entonces que cada novela que leyera lo ayudaría a entender la vida, a sí mismo, a los suyos, a los demás, el mundo, el pasado y el presente, una experiencia similar a la de la piel; y cada acontecimiento de su vida le permitiría, asimismo, iluminar cada una de sus lecturas. Al descubrir esta circulación continua entre la vida y los libros, encontró la clave que daba un sentido a la literatura; pero, al mismo tiempo, después de la vivacidad de la conversación, de la avalancha de reproches, del vaivén de situaciones que jamás habría imaginado unos minutos antes, tuvo el presentimiento de que la vida, como los libros, era una fuente infinita de rebotes, de imprevistos, de secretos enterrados bajo las palabras, de que nada era inmutable y de que todo se transformaba sin cesar.
 (©AnaBlasfuemia)

Banda sonora de la lectura:

viernes, 9 de mayo de 2014

La fotografía (Penelope Lively)



Título original: The photograph
Traductora: Pepa Linares
Páginas: 272
Publicación: 2003 (2012)
Editorial: Contraseña
ISBN: 9788493930844
Sinopsis: Glyn Peters, un prestigioso historiador del paisaje, encuentra por casualidad una vieja fotografía en la que aparece su mujer, Kath, fallecida quince años antes, cogida de la mano de otro hombre. El hallazgo le impulsará a indagar en la vida de su mujer con la saña del marido humillado y la meticulosidad del arqueólogo. El descubrimiento de la fotografía también afectará, de una forma u otra, a otras cuatro personas muy cercanas a Kath y les llevará a rememorar algunos de los momentos que compartieron con ella. El lector descubrirá que además de la Kath que vive en el recuerdo de todas ellas existió otra a la que ninguna llegó a conocer.


Hay libros que no parecen especiales, pero que sin embargo tienen la tremenda habilidad de que cuando terminas sigues rumiando lo que acabas de leer y las sensaciones que te ha producido. Son libros que dejan paso a muchas preguntas y, sobre todo, a muchas reflexiones.

El arranque del libro me costó, Glyn es un personaje con el que me ha resultado difícil conectar (de hecho, no lo hice, ni conecté ni le comprendí), y al ser la primera voz que se nos presenta (de las varias que aparecen) no ayudó precisamente a meterme en la historia. Vale, tenemos a Glyn, el marido de Kath. Luego van apareciendo otros personajes, más voces: Elaine (la hermana), Nick, Polly, Oliver… Todos ellos hablan y piensan y recuerdan a Kath…

Voy a explicarlo de otra forma.

Imaginaros que Kath es una naranja. Sí, he dicho una naranja, ¿qué pasa? Venga, ayudarme con esto. Kath, la mujer fallecida, es una naranja. La naranja puede ser también la realidad, o alguien que conozcáis. Pero necesito que sea Kath.

Todos miran a la naranja (a Kath) desde fuera, desde algún lugar… pero sólo ven parte de ella. Es imposible que dos personas coincidan exactamente en el mismo punto de la perspectiva de la naranja. Puedo ver exactamente el mismo punto de la naranja que tú miras en algún momento, pero no podremos hacerlo a la vez, nunca. Como mucho, dos personas que estén muy próximas contemplando la naranja en cuestión pueden percibir casi lo mismo. Casi. Y casi no es lo mismo, no hace falta que os lo diga.

Seguimos mirando la naranja, a veces nos cruzamos con gente que está en la antípoda de nuestro punto de vista, vamos, que lo ve todo al revés. Ve la naranja desde el otro lado. Yo mantengo mi fe en lo que veo, la otra persona en lo que ve… mmmm… Barrunto problemas. ¡Pero si es la misma naranja! ¿qué está pasando? ¿por qué vemos cosas distintas si es la misma naranja?. Sospecho que la mejor manera de solucionarlo será empezar a pensar que, por muy estúpido que me parezca lo que el otro dice que ve, pues a lo mejor es cierto (no tengo forma de saber si en ese momento en el otro hemisferio de la naranja hay un gusano incrustado o está llena de moho, mientras que "mi" naranja está monda y lironda).

Bien, puedo dar una vuelta para ir a ver el otro lado de la naranja, intentar aproximarme a otra perspectiva, a otra mirada. Pero fuera de la parte de la naranja que yo veo no tengo ni puñetera idea de lo que el otro ve. Y mientras yo contemplo mi parte de la naranja, no puedo ver la otra. Ni siquiera sé si hay algo más allá de lo que veo. Puede que incluso realmente me crea que esté viendo toda la naranja. Error.

Ya, lo sé. Puedo pedir a otro que me cuente lo que hay al otro lado. Lo hago, y puede decirme la verdad. O puede mentirme, o puede que la otra persona se mienta a sí misma y, de rebote, me mienta a mí. Pero no debiera ser lo normal, las mentiras tienen las patas muy cortas, así que escuchar y creer lo que dice la otra persona no supondría ningún riesgo. O tal vez sí. Puedo sumar miradas y tal vez tenga la visión completa. O tal vez no.

Y esto que os acabo de contar, estas miradas que nunca ven lo mismo a la vez, este mundo lleno de "o tal vez"... esto es La fotografía. Creemos saberlo todo de quienes queremos, pero sólo vemos una parte. Y a veces sólo la parte que queremos ver. O la que han querido que veamos. Quizás el conjunto de todos los que nos conocen, la suma, alcance a dar una perspectiva cercana de lo que somos y cómo somos. Cercana. Pero sólo nosotros mismos sabemos quién somos y cómo. ¿Qué  hacemos con ello? Cada uno decide. Aciertas o te equivocas pero cada uno decide si quiere ser y si quiere mostrar. Si se muestra a sí mismo, o una parte o si muestra lo que los demás esperan. Y también decidimos si queremos ver, si realmente estamos viendo al otro, o si sólo hacemos como que vemos, mientras le damos palmaditas en la espalda para sentirnos bien con nosotros mismos, pese a evitar el compromiso de involucrarte e implicarte (porque eso nos muestra). Ver. Negarse a ver. Mostrar. Negarse a mostrar. Opciones.

Lo sé, me ha salido un comentario extraño de esta lectura, que tiene la gran virtud de ir atrapándote casi sin que te des cuenta, haciéndote pensar, recordar, conectar. Te va enredando, enredando (como en el muro la hiedra, que dice la canción). Y reconoces tantas cosas, vas identificando señales, te va pulsando inquietudes… Y al final es con eso con lo que te quedas, con las sensaciones despertadas y provocadas, más que con la historia. Porque en la historia, en los personajes (en Glynn y en Kath especialmente) hay cosas que fallan, forzadas para contar algo, pero en definitiva poco creíbles en sus comportamientos (sin embargo el resto de personajes son mucho más reconocibles e identificables). Pero al final, la sensación es de darle vueltas a algo que ahí está y es real: lo que somos, lo que proyectamos, lo que creemos ser pero no somos, lo que somos y no queremos creer, lo que los demás ven de nosotros, lo que nosotros queremos/deseamos que vean… Y mientras ejecutamos este extraño baile sin música real, pero sinfonía de fondo, acompasando y desacompasando, búsquedas, encuentros y desencuentros… pues la vida va pasando. La. Vida. Va. Pasando. (Cállate, idiota).

PD: Gracias a quien me acercó a esta lectura. No por la lectura, que también.
(©AnaBlasfuemia)

martes, 6 de mayo de 2014

Elizabeth y su jardín alemán (Elizabeth von Arnim)


Título original: Elizabeth and her German garden
Traductor: Cristóbal Pera
Páginas: 122
Publicación: 1898 (1997)
Editorial: Mondadori
ISBN: 9788439701323
Cubierta de: Jordi Sàbat
Sinopsis: Este libro trata del contenido de la felicidad, de la felicidad que una mujer encuentra entre las flores y las plantas de su jardín, dedicada a ver pasar las estaciones, a leer al aire libre, a jugar con sus tres hijas ajena a la rutina doméstica, a los problemas de la servidumbre y a la incomprensión de su marido, el Hombre Airado.
Adoro mi jardín. Ahora estoy en él, escribiendo en el encanto del atardecer...
Vivo en un lugar de La Mancha de cuyo nombre, así es, no quiero acordarme. Pero nací a caballo entre la mina y el mar. El Cantábrico. Eso es un mar. Es la mar. Lo echo de menos, encontrarme, encontrar mi centro mientras miro el mar. Aquí, en este innombrable lugar en el que a ratos vivo y a ratos sobrevivo, no hay mar. Así que mis deseos se visten de jardín. Tal vez algún día vuelva al mar, pero tal vez, mientras, pueda vivir en un jardín. Siempre he pensado que si tuviera uno propio dejaría de meterme en otros jardines... Este es el libro que leí a continuación del desastroso amigo. He tardado en leerlo muchos, muchos días. No quería salir de él porque me daba un sosiego y una tranquilidad que necesitaba. Por eso, bendigo los libros y sus decisiones.

Conviene situarse un poco con este maravilloso libro (os lo adelanto: joya). Elizabeth se casó en 1890 con Henning August von Arnim, de quien tomó el nombre (ella se llamaba Mary Annette Beauchamp). Tras cinco años de matrimonio se trasladaron a vivir a su propiedad familiar, Nassenheide, en Pomerania (Prusia oriental). Como detalle "literario", añadir que era prima de Katherine Mansfield. Pues bien, ese tiempo que permanecieron en Nassenheide, fue la génesis de este libro, de carácter claramente autobiográfico, que se publicaría de forma anónima en 1898 y que sólo en ese año tendría 21 reediciones.
Y en lo que respecta a coser, las criadas pondrán el dobladillo a las sábanas mejor y con más presteza de como yo pudiera hacerlo; además, todos esos complicados trabajos de aguja no son más que inventos del diablo para impedir que las necias pongan sus sentidos en cosas más sabias.
Elizabeth von Arnim era una cínica y no se escondía ni lo disimulaba. Su sentido del humor es exquisito y tremendamente sarcástico. Esta lectura ha sido genial, entrañable y divertida. El desparpajo y la frescura de Elizabeth me ha cautivado de la misma forma que lo hace la brisa del mar, la carcajada de un niño, el abrazo de un amigo o el ronroneo de un gato: con una sonrisa acariciándote el corazón.
La gente cuerda necesita demasiadas cosas para llegar a disfrutar verdaderamente de la vida, y cuando estoy con ellas me paso el rato excusándome por no poder ofrecerles otra cosa que lo que a mi me gusta; excusándome y avergonzándome por contentarme con tan poco.
Elizabeth encuentra la felicidad en su jardín y en los libros. En una unión perfecta con una soledad bien entendida, pasa las horas y los días en su jardín, apartada de un mundo que no entiende los placeres que le proporciona a Elizabeth el contemplar cerezos, malvarrosas, lirios, prímulas, rosas, enredaderas carmesíes, zarzamoras…, observar las luces y colores de las distintas estaciones… todo ello mientras toma un té, come ensaladas, juega con sus hijas (a las que llama una forma deliciosa: niña de abril, niña de mayo, niña de junio), escribe o lee.

Aunque Elizabeth von Arnim se detiene en ocasiones en describir su jardín, esas descripciones no están exentas de un análisis de aspectos que transcienden a meras enumeraciones de plantas, flores y árboles que pueblan el jardín. Todo el libro es una maravillosa e inteligente radiografía de los espacios personales, de las relaciones, de la felicidad, de la soledad externa, de la soledad interna, de las decisiones y opciones que se toman a la hora de definir cómo, con quién y con qué decidimos ser felices.
Los principios abundan allí donde escasean las tentaciones.
Con una forma de escribir natural, fácil y con un sentido del humor perspicaz, descarado y burlón, Elizabeth von Arnim hila tan fino, tan absolutamente delicado, que a veces no es fácil ver las costuras con las que va dando forma al relato y al mensaje que transmite. Más de cien años después, ese zurcido que realiza magistralmente sigue siendo muy válido en muchos aspectos, como ese entramado de las distintas capas de la felicidad y la soledad (la elegida, la impuesta, la disimulada, la ignorada, la forzada, la aceptada, la compartida…).
Debe de ser muy desagradable tener que ser sensata cuando quieres ser alocada.
Aunque Elizabeth en ocasiones aparenta ser caprichosa e incluso ligeramente cruel, no deja de transmitir también cierta crítica, no sólo a la sociedad alemana de aquella época, sino también, muy entre líneas, al papel de la mujer (la renuncia a leer o escribir, su limitante papel dentro del matrimonio, el rol que la sociedad de la época impone a las mujeres, las estrictas y encorsetadas normas sociales…).
Una chica rara puede ser un aburrimiento entre buenos amigos, pero generalmente una puede soportarlo. Pero una chica que escribe libros… ¡pues eso no es muy respetable! Y además a ese tipo de gente no se le pueden parar los pies; no se dan por aludidos.
Para Elizabeth la felicidad está en la libertad, en poder elegir libremente los placeres que la hacen feliz, sola o en compañía. Huye como de la pólvora de todo aquello que la aleje de sus opciones y decisiones personales.
No me gusta el Deber: todo aquello que tenga algo de desagradable es seguro que se trata de un deber que una debe cumplir.
Elizabeth von Arnim en este libro hace algo muy hermoso: comparte con los lectores su alegría y su irradiante energía. En ningún momento nada te inquieta te revuelve o te perturba, lees con una sonrisa en la boca y aunque hay aspectos que podrían ensombrecer tanta felicidad (la relación con su marido, al que se refiere como el Hombre Airado, por ejemplo), Elizabeth tira de ironía y optimismo para generar vitalidad y aparcar cualquier ligera sombra que impida que la luz llegue a su alma y a su jardín.
Es una delicia estar triste cuando no se tiene razones para ello.
Aunque no parezca un libro con grandes pretensiones, por la facilidad, la sonrisa y delicadeza con la que se lee, se trata en realidad de una lectura con muchas lecturas dentro. De esos libros que quieres compartir y comentar.

Una lectura que recomiendo sin cortapisas ni reticencias. Joya, ocurrente, simpática y con inteligencia para dar que pensar.
(©AnaBlasfuemia)