Traductor: Juan José del Solar
Páginas: 184
Publicación: 1984 (1990)
Editorial: Siruela
Categoría: Relatos
ISBN: 9788498410921
Sinopsis: El presente volumen reúne quince
relatos –localizados en su mayoría en un mundo rural inclemente, cerrado y
opresivo– que nos hacen recorrer, tras la mirada viviseccionadora de una niña,
escenas cotidianas en la vida de una pequeña comunidad de ascendencia suaba. El
núcleo familiar, la muerte, los juegos infantiles, el sexo, la iglesia y la
escuela, el baile, los animales y el huerto se van plasmando con una engañosa
ingenuidad que convierte la realidad en brutal pesadilla. Censurada en Rumanía
y aclamada por la crítica alemana como una revelación, la primera obra de Herta
Müller describe, desde la perspectiva de una niña, la brutalidad de una
supuestamente idílica aldea durante la dictadura de Ceaucescu. La crítica al
régimen rumano subyacente en esta obra motivó que le fuera prohibido viajar y
publicar y finalmente desembocó en el exilio de la autora en Alemania.
En
tierras bajas es la primera
obra de Herta Müller, y sí, ¡¡oh cielos!!, estamos ante un libro de relatos.
Publicada por primera vez en 1982 en Bucarest en una versión censurada y
después de cuatro años en algún cajón de la editorial Kriterion. No era la
única obra censurada en aquel momento en un país en el que la libertad de
expresión y otras libertades brillaban por su ausencia. Pero Herta es mucha Herta, como habréis podido comprobar, así que clandestinamente pasó el
manuscrito original a la Alemania Occidental y en 1984 se publica la versión
que aquí se comenta (o eso espero, que lo mismo Siruela me ha colado la edición
censurada). No obstante, en 2010 se publica en Alemania una versión revisada
que incluye cuatro relatos más y fragmentos eliminados de la edición anterior. No me consta que en España tengamos el
placer de contar con esta edición revisada.
Y hasta aquí
la parte del comentario que me resultaba más fácil hacer, y ahora viene la parte más complicada:
comentar la lectura. Estamos ante un libro de relatos. Y no, no voy a intentar
convenceros de que no salgáis corriendo cuando veáis la palabra “relatos”. En
este caso tenemos un hilo conductor:
una niña (aunque en los últimos relatos la niña ya es mujer). Tenemos un lugar geográfico: algún
pueblo del Banato rumano (una región del sudeste de Europa que pertenece nada
menos que a tres países: Rumanía, Serbia y Hungría). Tenemos un tiempo histórico: durante la dictadura de Nicolae
Ceaucescu. Así que no son exactamente relatos independientes. Yo diría que son momentos. Quince
momentos.
Me desplomé y no llegué al suelo. Permanecí en el aire, flotando en diagonal sobre sus cabezas. Fui abriendo suavemente las puertas, una a una.
Herta Müller no nos lo pone fácil: ya desde el
primer relato (La oración fúnebre) el
componente onírico es tan potente
que reconozco que inicialmente me costó
aterrizar. En este primer relato la niña comienza soñando con el funeral de
su padre. Y los sueños, ya se sabe, tienen unas coordenadas que más bien son
descoordenadas si las medimos con la realidad, así que inicialmente como primer
relato para introducirme en la lectura estuve más bien dándome de bofetadas con él. A trancas, barrancas y obstinación conseguí
superar el primer relato. Y me pregunto Herta
¿por qué me lo pones tan difícil? Y me contesto: repasa lo que sabes (los años en que se escribió, la censura, la
vida de Herta, los idiomas con los que creció –alemán, rumano-…). Así que me
digo vale, te tengo Herta. Y vuelvo a empezar.
Y
ahora sí,
ahora Herta empieza a fluir, con sus intensas
y complejas metáforas, con sus espejos oníricos, sus paisajes sin patria, su literatura
de gran altura técnica, su prosa expresiva y enmarañada, sus imágenes
aparentemente inocentes… La lectura inicial borrosa y desdibujada de pronto
cobra formas precisas y me golpean
con toda la dureza y a la vez con toda la belleza de esta monumental escritora.
Decía que
Herta Müller en este libro nos muestra momentos,
y en realidad debiera decir que nos muestra recuerdos. Pero lo hace tal y como recordamos las cosas, es decir, con la imprecisión con que los recuerdos
transcurren en nuestra mente. Y digo imprecisión porque el tiempo y el
espacio en nuestra mente tienen otra dimensión, con esa mezcla agitada, convulsa y estrambótica de imágenes, sonidos,
olores, palabras… que en nuestra mente transcurren con normalidad y sentido.
Pues Herta Müller no nos “traduce” estos (sus) recuerdos a un lenguaje
coloquial, con las pautas espacio-temporales que se le presupone al lenguaje
escrito. No señor, no señora, Herta Müller hace lo más difícil: nos lo cuenta tal y como lo recuerda,
son literalmente, recuerdos escritos. De la mente, alma y corazón de Herta, al
papel. Si entendéis que con esto quiero decir que nos cuenta sus emociones así
sin barreras, pues es que me estoy explicando fatal. Lo que quiero decir es que
no escribimos ni hablamos de nuestros recuerdos tal y como suceden dentro de
nosotros. En nuestro interior todo eso fluye de una forma más onírica, casi
fantasmal, o de ciencia ficción. Cuando lo hablamos y lo escribimos, lo
organizamos. El tiempo en nuestra mente es diferente, al igual que el ritmo, la
sucesión de imágenes, de sensaciones… Y así es este libro, como recuerdos dentro de nuestra mente, con ese desarrollo temporal,
esa extraña conexión entre imágenes, sensaciones, ahora unas y otras, y lo que
pienso así como sin sentido aparente, y…
A veces mamá me pegaba cuando me oía llorar y me decía: pues nada, ahora al menos tienes un motivo
Herta en este
libro nos habla de una infancia oprimida,
de un mundo cerrado y claustrofóbico que en la mente de una niña es concebido
como algo natural, no es que esté bien o mal, o sea justo o injusto… es que no
conoce otra cosa. No hay referencias. La crueldad está en que el lector sí conoce, sí sabe. No
tenemos la mente ni el desconocimiento de la niña, y vemos que lo que hay es
opresión, machismo, violencia, palizas, ignorancia, racismo, crueldad,
violaciones, alcoholismo…
Creen que de aquello de lo que uno se niega a hablar, tampoco existe.
Hubiera
querido poder recomendar este libro a gritos, pero no puedo hacerlo. Me ha gustado muchísimo, y voy a leer
todo lo que de Herta Müller caiga en mis manos (en la biblioteca he visto al
menos cuatro más) pero no puedo
recomendarlo así con ligereza. Es una lectura plagada de metáforas, a veces
rebuscadas y con un hilo que exige una atención esforzada por parte del lector.
Un lenguaje muy potente y audaz,
pero con un simbolismo que no
siempre es fácil descifrar. Un estilo
peculiar, desconcertante y perturbador, alucinado y contundente… Y sin
embargo, a pesar del esfuerzo y de la complejidad, es un libro brillante. Cuando cierro la última hoja sé que
acabo de leer un libro enorme, y que Herta
es una escritora de gran nivel.
No, no la recomiendo a mansalva. Pero me
consta que habrá quien sepa que sí, que quiere leerlo, que sabe lo que va a
leer y que está dispuesto (o dispuesta) a enfrentarse a una lectura esforzada,
exigente para el lector, pero muy agradecida cuando la terminas. A quienes se vayan de aquí sabiendo que
este libro no es para ellos (ellas), no se olviden de Herta Müller, por
favor, que ha escrito más libros y es una
escritora de las de quitarse el sombrero.
… y en ese momento sentía que no tenía padres, que aquellos dos no eran nadie para mí, y me preguntaba qué hacía yo en esa casa y en esa cocina con ellos, por qué conocía sus ollas y sus costumbres, por qué no me largaba definitivamente de allí a cualquier otro pueblo, a casas de extraños, para quedarme sólo un instante en cada casa y luego seguir viaje, antes de que ellos también se volvieran malos.
Valiente y
genial Herta Müller.